jueves, 3 de febrero de 2011

Encantamiento 16: “Eso” dentro de mí.


Sé que me estaba cayendo, solo eso. Cuando volví a abrir los ojos estaba en el suelo.
Intenté situarme en el espacio, pero todo daba vueltas. Solo veía formas borrosas moverse a mí alrededor. Sonidos de metal y gritos que no lograba ubicar. ¿Qué? Estaba completamente perdido. El puñetazo debía de haberme afectado al oído interno, que suerte la mía.
¿Y el-que-se-hace-el-héroe? ¿Qué había visto que le causo tanto efecto? ¿Me había abandonado, estaba muerto o pensaba que el muerto era yo? ¿Habría alguien por ahí con quien tuviera una mínima oportunidad de aliarme (tendría que ser un Guardián)? ¿La salida, dónde andaba? Nada. No sabía responderme ninguna de las cuestiones.
Intenté respirar con calma. Tenía que reponerme rápido, seguía en medio de una batalla.
Al abrir los ojos de nuevo la cosa se aclaró un poco.
La batalla parecía estar llegando a su fin si teníamos en cuenta la diferencia de número entre vivos y cadáveres que quedaban en el vestíbulo.
El héroe estaba asestándole el golpe de gracia al vampiro que me golpeó (lo reconocí porque le faltaba un brazo). Salió corriendo sin mirar atrás. Segunda pregunta respondida: ¡me dejaba allí tirado!
-¡Es-espera! –reprimí la rabia que me daba tener que pedirle ayuda. Me resultaba vergonzoso estar tan mal como para tener que recurrir a alguien, pero era muy poco probable que alguno de los demás Guardianes hubiera presenciado nuestra “alianza”, así que corría el riesgo de que cualquiera me intentara aniquilar. No se volvió, quizá no me oyó. Quizá.
Sentí el metal de una espada caer sobre mí más que verlo. Me aparté apresuradamente arrastrándome. No sé si era vampiro o Guardián, pero no tenía intenciones de dejarme matar. Mis sentidos se estaban recuperando pero funcionaban a saltos, un momento escuchaba al siguiente solo interferencias y más de lo mismo con el resto. Todo esto me restaba muchas posibilidades, me daba cuenta.
Seguí al héroe por pura desesperación. Pero antes me lancé contra lo primero firme que vislumbre: una columna. Llegar hasta allí fue apoteósico. Al menos ya tenía experiencia en recibir palizas (menudo consuelo…).
Al agarrarme a ella solo logré la sensación de que el mundo se inclinaba más de lo normal sobre su eje, eso o que el edificio se derrumbaba.
El que me intentó matar estaba desaparecido (que siga así) y nadie parecía tener tiempo para hacerme caso. Al fin un pequeño momento de calma, menos mal. La salida, tenía que encontrarla (¡ya llevó un montón de capítulos buscándola, maldita sea! ¡Ni que fuera la entrada a la cueva de los cuarenta ladrones!).
No vi la salida, pero sí al “héroe” (el muy capullo). Estaba machacando a una de tantas sanguijuelas. Lo primero en que me fijé fue que ya no reía, la rabia en su rostro era palpable. Le hinchaba las venas del cuello y le hacía golpear con más fuerza con sus espadas. Asustaba un poco.
Pateó el cuerpo del vampiro, convirtiéndolo en cenizas un poco más rápido que si lo hubiera dejado desintegrarse solo, para apartarlo de su camino. Golpeó la puerta que tenía enfrente para tirarla abajo. ¿Qué habría ahí dentro?
No tuve que esperar mucho para averiguarlo. Un niño pequeño salió corriendo y se enganchó a las caderas del héroe. Recordé esa cabecita de niño que vi en el capitulo diez (madre de Dios, que pocos capítulos desde que me presente aquí…) aunque no le presté mucha atención entonces, se parecía muchísimo. Un momento, si esta era la habitación en la que estaba asomándose el niño cuando llegué, ¡la salida tenía que estar cerca! Intenté buscarla. A ver, si cuando vine vi esta puerta a la izquierda, desde esta perspectiva…
-¡Robert! –sollozó el pequeño. A lo mejor ese era el nombre autentico del que-se-hace-el-héroe. La verdad es que los nombres no son lo mío… (de ahí que use tantos motes)
-Gigi, nos vamos –ordenó con su tono duro aferrándolo con fuerza. Al girarse me vio en la columna enganchado.
Nos miramos. Un silencio incómodo; no tenía nada que decirle.
-Haz la pantalla esa otra vez –me ordenó.
-Existe una cosa llamada pedir por favor, ¿sabes? –Le espeté sin ocultar lo mucho que me tenía hasta las narices-. Y ahora mismito no puedo.
-¿Cómo que no puedes? –me atravesó con la mirada de una manera que casi podría haberme matado. Algún día a lo mejor lograba alcanzar mi nivel en miradas asesinas, pero solo a lo mejor.
-El golpe me afectó al oído interno, estoy mareado. –La explicación no pareció gustarle una pizca. Se acercó dando tumbos con el niño colgado hasta quedar a unos centímetros de mi cara y colocando la punta de su espada en mí yugular dijo:
-He dicho que lo hagas.
Genial, ahora me amenaza.
-Y yo que no puedo. Mareado no me concentro bien.
-Pues lo vas a hacer mareado o no. –clavó un poco la punta. No iba a entrar en razones, se veía en su cara de loco. Me aparté un poco de el-que-se-hace-el-héroe, su invasión de mi espacio vital era un tanto repulsivo.
Resoplé y respiré hondo intentando tomar fuerzas. Me aparté de la columna y casi me mato, pero solo casi. Extendí las manos a ambos lados. Por suerte estábamos un poco protegidos por la columna y el pasillo así que no nos veían ni intentaban atacarnos. Lo había hecho en situaciones peores, solo necesitaba sacar las energías necesarias. La magia se apelmazó alrededor de mis manos, creció y nos rodeó como en un huevo. No era tan buena como la anterior pero funcionaría.
Nos pusimos en marcha sin decir nada más, el niño bien agarrado a Robert y yo siguiendo de cerca a los dos primeros. La verdad es que me entraron ganas de dejarlos fuera de la barrera para que los mataran, pero eso iba en contra de mi plan… ¡Hay que sacrificarse por la causa!
Un Guardián cayó erróneamente sobre nosotros. Se precipitaba un poco a cámara lenta, o eso me pareció, pero a lo mejor es que solamente seguía un poco afectado por el golpe. El “héroe” y yo nos dimos cuenta de que si tocaba la barrera acabaría peor que mal. A mí me daba lo mismo, pero al héroe parece que no tanto.
-¡Quita la barrera! ¡Quítala! –me ordenó medio histérico. La hice evaporar en el acto siguiendo órdenes. El Guardián se estampó contra el suelo, la parte de atrás del pelo se le chamuscó pero nada más.
Un vampiro venido de dios sabe dónde se abalanzó sobre el-que-se-hace-el-héroe. El “héroe” empujó al niño hacia atrás para quitarlo de en medio y cayó al suelo con el vampiro encima. Su arma salió disparada hacía no se sabe dónde. Este sitio es muy grande o sigo muy mal de la vista porque no paran de aparecer y desaparecer cosas.
El pequeño corrió y se me enganchó a mí, rodeándome con sus pequeños bracitos la cintura y hundiendo su gimoteante cabecita en mi tripa. Intenté apartarlo tirando de sus hombros, pero era como el vampiro loco, peor que una lapa. No sabía dónde meterme. ¿¡Por qué tenía que venir a refugiarse precisamente a mí!? Volví a intentar empujarlo con una patada (o dos, o tres…). Tendría que haberle golpeado con más fuerza, nos habríamos salvado antes. Agh, no se quitaba, ¡que alguien le pegue un espadazo a ver si se suelta!
Vi dos vampiros correr hacia nosotros, uno venía del frente y otro por la derecha. Retrocedí, pero la coordinación entre el canijo llorón y yo fue nula. Caí arrastrado por el pequeño; fue como si me hubieran enganchado un peso muerto. No había nadie que pudiera ayudarnos cerca y el “héroe” ya tenía bastante con lo suyo. No había tiempo para nada, debía quitarme de ahí de inmediato, con o sin niño. Me incorporé de rodillas en el suelo a toda velocidad pero el canijo volvió a efectuar de peso muerto tirando hacia abajo cuando intenté levantarme.
Genial, iba a morir por ese canijo llorón. ¿Pues sabes qué? ¡Me niego! Levanté una mano hacia cada vampiro. Mis niveles de magia se sentían muy bajos, había utilizado demasiada. Lo primero que pensé era en que tenía que acabar con ellos rápido y del todo, no tenía magia suficiente para varios golpes. La energía solar… eso los desintegraría. Yo era capaz de producirla en pequeñas cantidades. Podría usar la magia que me quedaba antes de desmayarme para acabar con todos los vampiros que nos rodeaban. No lo dudé.
Energía solar. Luz solar. Necesito esa luz. La necesito para sobrevivir.
Los vampiros se cernían ya sobre nosotros. Centímetros nos separaban y mi magia no se formaba…
Ese cosquilleo… Apenas podía concentrarlo en mis manos.
Sabía que la muerte se acercaba a cada segundo. ¿Sobreviviría si me cortaban la cabeza y me despedazaban? Probablemente no; no quería saberlo. Tenía que hacer algo o me matarían.
El pensamiento se volvió más desesperado.
Necesito… ¡luz! Por favor, poderes no me falléis ahora, la necesito. ¡NECESITO ESA MALDITA LUZ!
Algo en mí se abrió como un cofre, un clic que descubrió algo que ni yo sabía que contenía.
Quise gritar. En realidad estaba gritando aunque no me daba cuenta. Qué queréis, estaba un poco distraído…
Pasé de no poder concentrar mi magia a ahogarme con en ella en menos de un segundo.
“Eso” no era la sensación cálida, no era la presión agradable que me producía la magia en las venas. Era un torrente, me estaba destrozando, sin dirección, sin mesura. Pero también eran llamas. Ardía y ni siquiera era cálido. ¡Córtenme los brazos, córtenmelos!, quería suplicar pero no podía. ¿Qué era “eso”? No lo había sentido nunca, ¿qué me pasaba, por qué me salía de dentro? No tenía sentido, yo nunca habría hecho nada que me pudiera dañar, no inconscientemente. ¡Tengo instintos de supervivencia, unos muy fuertes! Pero “eso”… no tenía sentido. Yo lo estaba produciendo, me daba cuenta, pero no podía controlarlo. Me superaba. Me estaba matando.
No podía pensar. Era como si me hubieran desconectado el cerebro. Pero podía verlo: una luz blanca en mis manos, en mis brazos. “Eso” era lo que me quema, lo que fuera que me destruía también producía esa luz.  El resplandor aumentó, se incrementó. Lo hizo desaparecer todo a mis ojos. Todo menos el dolor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario