miércoles, 16 de febrero de 2011

Encantamiento 18: Traidor sin hogar.


Apartaron al canijo de un tirón. Me sorprendí cuando el niño se resistió a dejarme, quejándose y pataleando mientras se lo llevaban. Por mí podía quedarse mientras me sirviera de escudo humano.
No les repliqué nada, ni ingenioso ni hiriente. Al contrario, decidí que era más conveniente hacerme el débil y dócil. Aprovecharía el momento antes de que cerraran mis esposas para morder al Guardián que me las ponía y entonces patear al otro que tenía al lado, cubrirme con toda la magia que me quedara y correr a las ventanas como hice la última vez (sigo sin ver la puerta…). Justo cuando un grupito apareció dando voces de nuevo en la sala.
-¡Jefe, miré a quién tenemos! –Automáticamente todos nos giramos a ver a quién tenían. Arrastraban a un vampiro en muy mal estado físico, atado de brazos y con cadenas en los tobillos.
Clack. Los aros de las esposas se cerraron alrededor de mis muñecas. No habían tenido ni siquiera la consideración de no ponerme las esposas en las muñecas quemadas; el contacto del metal con mi carne reavivó mis nervios sensitivos, justo en el peor momento. Me mordí el labio para permanecer en silencio. Mi magia se reprimió en el acto; acababa de perder la oportunidad. Con cierta rabia asumí que tendría que resignarme y esperar, y que en la enfermería solo se curase a la gente…
-¡Es uno de sus líderes, dirigía el asalto! -Obligaron a su preso a arrodillarse en el suelo mientras a mí me hacían levantarme. Le miré fijamente, tenía el presentimiento de que esto podía interesarme (ya que he perdido la posibilidad de escapar…).
-¿Eres realmente uno de los líderes de este asalto? ¿Habéis venido para rescatar a Neiberak? –le habló Albert. Esperó a que contestara pero el vampiro no lo hizo. –Es eso… -ya no le preguntaba, acababa de clasificarlo como obvio.
-¿Para qué preguntáis si vosotros mismos decidís las respuestas? – el vampiro puso una expresión contrariada. ¡Yo también quiero saberlo! Sabía que escuchar esto podría revelarme cosas útiles…
El-que-se-hace-el-héroe le cruzó la cara con un puñetazo. ¿Eso es una respuesta?
El vampiro escupió sangre. Al abrir los ojos en mi dirección, estos se encontraron conmigo.
-Oh… si es el híbrido traidor –sonrió al reconocerme (siempre es agradable encontrar conocidos en territorio hostil, así puedes tener información extra sobre una de las cartas del juego). Yo también le conocía, era un gran aliado de los Seamair. Nunca hablamos directamente y tampoco es que fuera un jefe de muy alto rango, pero solía hacer de portavoz de su aquelarre con nosotros.
Sentí que dejaba de respirar. ¿Traidor? ¿Otra vez? Era lo mismo que había dicho el Convertido loco, quizás no había sido una ocurrencia suya. No iba a permitirme seguir sin saberlo, esta posiblemente era mi única posibilidad de saber qué ocurría realmente. Debía enterarme.
-¿Traidor? ¿A quién se supone que he traicionado? –le espeté. Me resistí a los tirones de los Guardianes.
Abrió sus ojos de iris rojos. -¿No lo sabes? Tú eres Alexander Derek, el brujo, ¿no? Qué curioso, tus señores Seamair, bueno, ex-señores, se cabrearon mucho cuando Kaila Seamair les enseñó las pruebas en tu contra. Yo estaba allí presente –aseguró-; eran unas pruebas muy buenas, si me lo permites.
La presión en mis colmillos aumentó. Volví a resistirme cuando intentaron llevarme a rastras. Aparté al Guardián sin mote de un empujón sin pararme a pensar mucho en lo que eso podría suponer a mi imagen de “chico simpático, guapo y bueno” (parece una tontería, pero esa imagen me ha librado en más de una ocasión, ni se os ocurra subestimarme). En este momento tenía prioridades mayores.
Me desplacé con facilidad en un abrir y cerrar de ojos hasta el vampiro, no necesité dar demasiadas zancadas. Al cerrarse en torno al cuello de la camisa del vampiro, mis manos produjeron un sonido muy desagradable, como el de una esponja expulsando líquido o unas ventosas; pero me aguanté.
-¿Y con quién se supone que los estoy traicionando? –me costaba mantener el tono inexpresivo debido a esa misma presión que ejercían mis mandíbulas.
-Con los Guardianes –contestó como si dijera que el cielo es azul. ¿¡Otra vez la misma tontería!?- Parece que no es así –puntualizó al fijarse en mis esposas-. Pero tampoco creo que importe mucho, a estas alturas ya han puesto el precio por tu captura, estas en la lista de todos los cazarrecompensas del país. Vi como el propio Cristofino ponía en marcha todo el dispositivo de búsqueda y captura –le miré fijamente a los ojos. Una de las cualidades vampíricas por excelencia era que al mentir, irremediablemente, derramaban lágrimas de sangre por los ojos. Pero los ojos de aquel vampiro estaban secos.
Totalmente secos.
Ni una sola lagrimilla a la vista.
Mis dudas se desvanecían y con ellas cualquier rastro de esperanza que me hubiera permitido mantener. Y ya todos sabemos lo que se siente, lo que duele, cuando rompen tus esperanzas; no es necesario explicarlo con palabras.
No era mentira: ese vampiro había estado allí y sabía que pensaban que los había traicionado. Era cierto que mi propia… familia… pretendía acabar con mi vida. Asumí toda la verdad como un trago amargo, no queriendo que ninguna clase de emoción aprovechara para dominarme. No podría volver, ya no; aunque me escapara de los Guardianes estar ahí fuera con medio mundo mágico buscándome era incluso más peligroso.
Pero aun así, creo que me puse triste. No, esa no es la palabra. No llegaba a ser tan fuerte. Era decepción; incluso con mis esfuerzos por no apegarme a nada, sin darme cuenta me había hecho ilusiones, creí haber encontrado un lugar al que llamar “hogar” y resultaba que me había vuelto a equivocar.
El sol empezaba a emerger en el horizonte. El vampiro se retorció, pero yo no le solté. Seguí muy quieto y agarrando su cuello como un grillete. Me suplicó algo a lo que yo no preste atención. Parecía nervioso, aunque no me importaba.
Sentirme así sólo era culpa mía, lo sabía. Ahora tendría que encargarme de desechar todas esas distracciones llamadas sentimientos lo antes posible. No me harían ningún bien guardarlos, y además, no los quería. Mis queridos lectores, no os pongáis en plan “pobrecillo” o “menudo monstruo sin corazón”; no son más que puro lastre que me hacía cometer errores y ponerme en peligro sin necesidad, como bien he podido demostrar en estos pocos días.
El rabillo de mi ojo captó una luminosidad pálida. Fue creciendo poco a poco. El vampiro me insultó; ni me inmuté.
Estaba demasiado concentrado en mis cosas. Que su cuerpo se incendiara de golpe, que gritara, se retorciera entre mis manos pidiendo auxilio no me  interesaba lo más mínimo.
Apenas escuchaba su lamento.
Solo le dediqué una pequeña mirada cuando intentó golpearme. La piel se le caía a tiras, la carne se desgranaba y en poco tiempo solo sostenía un montón de huesos arenosos con ropa entre mis manos.
No sabía que faltara tan poco para el amanecer. Lo dejé caer, los huesos se rompieron casi todos. Que poco había tardado, resultaba sorprendente la verdadera efimeridad de los cuerpos de los vampiros.
Los Guardianes miraron el polvo que se mezclaba con el resto de cenizas. Restos de vampiro entre miles de otros restos de vampiro. Ellos tampoco lamentaban mucho la perdida.

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