sábado, 28 de septiembre de 2013

ESPECIAL:



En los quince años posteriores al inicio de la primera Guerra Interdimensional de nuestra era, la periodista de guerra Nyf Levingston llevó siempre consigo esta información, hasta que conoció en una cárcel preventiva de la antigua España a Irene Octubre, a quién entregó una copia de la misma. Tras dos años de recopilación de datos, I. Octubre logró volver a ponerse en contacto y recibió el permiso para administrar su publicación así como una gran variedad de privilegios siempre y cuando cumpliera la promesa de no alterar el contenido de la conversación sin permiso explícito, convirtiéndose así en su Supervisora.

El contenido aparecido en este blog está constituido principalmente por las declaraciones autobiográficas de “Alexander el Traidor” recogidas en la susodicha grabación sin apenas modificación, así como averiguaciones hechas sobre otros personajes y sus puntos de vista en determinados momentos.



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E53:




















EPÍLOGO:



-¿Te vas así? –Nicole le interrumpió por primera vez en su relato, sacando a Alexander del trance. El híbrido frunció el ceño como si no entendiera las palabras y analizó el rostro de su oyente; hermosa y altiva a pesar de todo-. No sabrás el final, qué pasará con la guerra entre el Infierno y Gea, si llegará a estallar y quién la ganará. ¡Te lo perderás todo! ¡Es una historia inconclusa, no puedes terminar ahora! –lo acusó. Al él encogerse de hombros, siguió presionando:- Dejarás a mucha gente atrás: Campbell sin ti morirá de pena… También a mí. Me importas.

Silencio. Alec no la mira, ¿por qué no la mira? ¿En qué pensaba en momentos como ése?

-Lo sé –habla por fin-. De lo contrario no estarías aquí, aguantándome una vez más. Y puede que fuera un error terrible no haberlo sabido aprovechar.

-Pero eso no te hará cambiar de idea.

-No. No funciona así. Llevo tiempo esperando esto, mucho mentalizándome de que sería así. Está todo planeado. Así que no te preocupes porque estaré bien. Y aunque salga mal… he vivido más de lo que esperaba.

-¿Planeado? –soltó una carcajada amarga-. De ti hasta suena normal.

-No deberías quedarte a verlo.

-¿Por qué?

-No te hará bien.

-¿Ahora te preocupas por mí? Esto sí que es nuevo…

Alec ignoró ese comentario porque no quería discutir. -Ni siquiera te quedes cerca, vete  fuera y que te dé el aire… O algo. Cuanto más lejos mejor, por favor. Mi último deseo… de hoy –insistió una y otra vez, no pararía hasta que diera su palabra.

La puerta se abrió entrando un Guardián: -Es la hora.

-No me gusta cuando lloras (no lo hagas).

Nicole se cruzó de brazos y le apartó la mirada, apretando con fuerza la grabadora que aun tenía en la mano.

-¿Este va a ser mi último recuerdo de ti, cómo discutimos?

-La verdad es que resume bastante bien lo que hemos sido –sonrió.

A ella sólo le dieron más ganas de llorar. –Te quiero.

-De acuerdo, mi Cucarachita –sonrió antes de ponerse en pie-. Nos volveremos a ver.

-Es una crueldad darme falsas esperanzas.

-Lo sé. Y sabes que no puedo mentirte.

***

  //Música de ambiente: life and death - michael giacchino

 

El acusado se dirigió al centro de la sala. De rodillas, le ordenaron.

No se resistía, puede que por lo débil y enfermo que parecía su estado. El caso es que los Guardianes lo soltaron, no creyendo que fuera a ir muy lejos de arrepentirse en un último momento.

Malditos capullos prepotentes.

Muchos Guardianes pensaban que era un regalo matarlo ahora y rápidamente en lugar de dejar que la Luz que le corría dentro terminara de envenenarlo como todos creían que sucedería. Pero estaba tardando más de lo normal en sucumbir y no deseaban arriesgarse.

Decir que todos estuvieron presentes hubiera sido una necedad. Había demasiadas faltas destacables, prácticamente la de todas las personas que habían podido importarle un poco en su vida. Pero lo prefería así, porque, aunque viviera esos momentos rodeado de enemigos y odios, al menos sería mejor para esas otras personas. Si de verdad le importaban, debía agradecer que no estuviesen. No era un verdadero final, no valía la pena hacerles pasar por aquel mal trago que se avecinaba inminente.

Sí que estaba su novia, Lena. Parecía preocupada y nerviosa; ver la muerte de un novio no solía ser una experiencia agradable. Pero el brazo que Rob tenía sobre sus hombros daba a entender que no quedaría soltera mucho tiempo.

Lena le dirigió una mirada de ansiedad que prefirió ignorar. Si trataba de disculparse, pedirle su aprobación o decirle que lamentaba su muerte es algo que nunca quedaría claro.

Los preludios le pasaron rápido. Apoyó la frente en el podio, cerrando los ojos y respirando hondo. No mostraría miedo ante lo que se avecinaba. Pronto el verdugo tomó el hacha encantada con mortífera Luz. La alzó. Segundos de tensión en que miles de pensamientos atravesaron su cerebro.

El hacha empezó a bajar en el aire.

Un sonido sordo.

El público reaccionó con un grito contenido pero generalizando.

Un golpe limpio y certero en el cuello. El hacha clavada en la piedra y la sangre salpicó todo el podio en torno al cadáver tirado en el suelo.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Encantamiento 71:





Contemplaba las puertas con tanta intensidad que sentía unos rayos x saliendo de mis pupilas. La curiosidad me entretenía, aunque sabía que no obtendría satisfacción… Me encontraba sentado en uno de tantos pasillos de la Academia de la Orden de la Luz que daban paso a la sala en la que se guardaban las “Armas de Dios” (pura Luz concedida a las familias de Guardianes más importantes; todo lo que necesitas para un bonito Armagedón). Se sentía un aura de poder inmenso allí dentro, más que como un alma, como un corazón palpitando. Había una para los Kensingtom y no paraba de preguntarme si respondería a mi llamada. Para los Guardianes lo era todo, su último y definitivo recurso; consideraba lo que les dolería a todos los niveles el perderlo. ¿Cómo les afectaría? ¿Habría muchas maneras de hacerlo? ¿Magia tal vez, cúal?
Aquel tema era como salir a dar un paseo por un laberinto.
-¿Qué?
Di un pequeño respingo y enfoqué a la persona que tenía al lado a pesar de que la había saludado y llevaba un buen rato conmigo, como si acabara de darme cuenta de su presencia, mi cerebro había estado tan abstraído (colapsado) que había dejado esa información en stand bite y era ahora que la interpretaba. Fruncí el ceño inconscientemente. –No he dicho nada.
-Pero estás maquinando cómo decirlo. A veces creo que puedo escuchar los engranajes de tu cabeza moviéndose –bromeó la Cucaracha-Floreada.
-¿Qué? –Mi ceño se suavizó como el mejor indicativo de alegría. Esas reacciones neuronales (comúnmente llamados sentimientos) me atontaron aun más al verla. Me incliné para besarla. Un largo y suave beso.
Me apartó colocando suavemente una mano en mi hombro. –Ahora dímelo –cuando sonreía o sencillamente se sentía feliz, su piel dorada despedía un tibio brillo como en aquel momento.
Si de verdad tenía engranajes en el coco, en esos momentos sufrían una avería que los movía a trompicones: -¡Eh, no, mierda, vete! –hice ademán de levantarme pero el dolor de la pierna me dejó bloqueado en el sitio.
Hizo una expresión de automática preocupación a mi gesto de dolor, pero siguió hablando (yo no requería atención médica, la pierna era algo que no se podía reparar ni tomar más calmantes de los que llevaba)-¿Cómo?
-¡No puedo verte todavía, se me había olvidado (a la mierda el plan)!
-Normalmente dices cosas muy raras, pero esta sí que no la entiendo… ¿Por qué?
-Tengo que esperar un plazo mínimo de cortesía: correr a tus brazos tan pronto queda fatal…–Nicole reprimió un suspiro, así que me digné a seguir explicando- Lena y yo no somos pareja desde el sábado. Tengo que esperar más de un día para decírtelo, ya sabes, por cortesía y esas cosas… para que no creas que estoy contigo por un arranque de despecho y tal… Y ¿quieres hacerme callar de una vez? ¡Odio el puto suero de la verdad! ¿¡Pero por qué siguen obligándome a tomarlo!?
Se le torció el rostro; no terminaba de creérselo, al menos no que lo hubiera hecho sólo por ella.
-¿Aun la quieres? –el brillo de su piel se atenuó.
-Sí. Pero de una forma distinta a como os quiero a vosotras.
-¿Y cómo es eso?
-Me incomoda el tema; déjalo o me saldré por la tangente.
Suspiró débilmente y me dio otro beso. Me lo perdonaba porque sólo quedaban dos semanas para mi ejecución pública.

***

Habían sido dos semanas… buenas, no. Pero casi.
¿Por qué? Albert me dio mucha cancha para estar a solas con la Cucaracha-Floreada de modo que estuve entretenido, y, desde que no me medicaba, me notaba algo más estable, menos impulsivo (uff, es que tantos altibajos emocionales eran horribles de soportar: lo mismo me ponía reír yo solo que pateaba cosas/personas). No fue un idilio (sabemos cómo soy, mis queridos lectores, y el romanticismos acaba volviéndose amenazante), pero me mantenía los pensamientos alejados de la tristeza, que no es poco.
Aquella mañana desperté temprano para que cuando fueran a buscarme a mi habitación, estar allí. Cuando me marché, la Cucaracha-Floreada aun dormía plácidamente (me costó horrores no despertarla).
Dejaron que me aseara, me pusieron ropa blanca y volvieron a encadenarme. El juicio (como de costumbre) fue muy corto: me presentaron, dijeron mis delitos, anunciaron mi condena y me llevaron a una sala de interrogatorio para la espera.
Albert dijo que podría despedirme si venía alguien a verme. Y sí que vino gente (y no fue para insultarme, increíble, ¡si va ser verdad que sé hacer amigos!)
Lena fue la primera.

***

Lena me miró con el ojo brillante a punto de desbordarse. En silencio. Temblando. Así hasta dos minutos y cuarenta y siete segundos.
Hastiado por la tradición en que aquello se había convertido, de nuevo fui yo el primero en hablar:
-Aún me pregunto si llegaste a amarme. Cuando éramos niños, quiero decir; en cuanto a lo que es ahora, no necesito explicación alguna –no surtió efecto alguno en ella, lo cual me exasperó-. ¿Sabes? El amor es exactamente como una borrachera: se empieza tímidamente, unos pocos sorbos… Le coges el gustillo y va entrando más fácil. Hasta que es demasiado tarde, cala en todo tu cuerpo y turba la mente. Llega un punto en que te vuelves completamente irracional y estúpido, pero estás tan eufórico de emoción que harías cualquier locura. Lo que fuera, no eres capaz de distinguir los límites, es como si no existieran ya para ti. Esta es la mejor parte, por supuesto, esa que todos buscan. Todos creen que durará para siempre, pero a la mañana siguiente te despiertas deshecho, vacío. Y enfermo. No sabes qué has hecho y sólo quedan los reproches y maldiciones. La gente prefiere omitir este episodio, pero no por eso dejará de sucederse. Como te digo, llega ese despertar en que quieres morir y te encuentras en la cama con un completo desconocido. No sabes quién es, cómo ha acabado ahí, qué pudo tener que tanto te gustara…
-No entiendo qué quieres decir…
Me giré en la silla, estirándome hasta ella y posando mis manos sobre sus mejillas. –Creíste amarme, es normal que lo creyeras: la emoción te cegó como a todos y vistes cosas en mí que no habían o que pensantes que podrían surgir en mí. No me quieres como realmente soy, este yo actual te asquea, no lo niegues, pero pensaste… que yo aun era el niño de antes o que podría volver a serlo… No importa, no estoy enfadado; lo supe desde el principio. A mí también me ha pasado: nunca dejaré de amar a esa niña, pero eres una extraña –hice una pausa. Las palabras dolían al pasar por mi garganta pero más lo hacía retenerlas-. Cuando llega ese despertar… sólo te quedan dos opciones: resignarte a tus errores o huir a buscar algo mejor -hasta el momento nadie se ha resignado a mí. ¿La Cucaracha-Floreada lo haría?- Ahora crees querer a Robert, igual que me quisiste a mí, pero te llegará esa resaca que acabará con el amor romántico… no dudes que ocurrirá, y te darás cuenta de lo diferentes que sois y de que todo cuanto te atraía de él te resulta enervante. Te caerás de esa nube y lo peor es que sabes perfectamente cómo será esa caída –Le di un beso en la frente-. Sólo quería decirte que sabía que las cosas serían así… por si te consuela.
 Albert cerró la puerta cuando Lena se hubo ido. -¿Por qué le has dicho todo eso a Lena?
Me encogí de hombros con una sonrisilla traviesa. –Lena es muy voluble e insegura… no podía dejar pasar una oportunidad tan buena de sembrar la semilla de la autodestrucción en una pareja tan adorable –añadí con retintín y evidente desprecio. Albert me miró de manera reprobatoria, como diciendo que no debería disfrutar de una crueldad como esa y si de verdad quería que fuera así cómo me recordaran. -No creo en el perdón, menos cuando es a última hora.

***

Aburrido, jugueteé con mis esposas.
La puerta se abrió sin que nadie me avisara de que tenía una visita. Nicole entró; vi a Albert cerrando tras ella (Albert la había sacado de la cama, ¿un regalito de despedida de mi papi?).
Fue directa a la silla frente a mí, pero una vez allí se quedó quieta, mirándome. La ira y la tristeza en sus ojos. Por alguna razón que no quise analizar, esa expresión me provocó malestar y deseos oscuros y obsesivos de hacerla desaparecer. No me gustaba verla así; admito que es divertido hacerla rabiar, pero detesto cuando me tiene pena. Me gusta su ira, no su tristeza.
Suspiré quedamente cambiando de posición en la silla: - Supongo que un “hola, ¿qué tal, qué te trae por aquí?” a estas alturas es innecesario… Sé perfectamente qué es lo que haces aquí. Y tú también: esperas una explicación, saber el porqué de que me halle esposado y tras estos barrotes –la miré a los ojos, sus grandes y cálidos ojos marrones-. De acuerdo, te la daré. ¿Recuerdas cuando hablábamos de si estos fuera una novela? ¿Crees que tendría lectores? Si los tuviera, sin duda serían muy queridos para mí… incluso si sólo fueran cuatro gatos con mucho tiempo libre -miré a la grabadora que tenía en la mano-. ¿Los Guardianes te han pedido que me hagas las preguntas o es sólo cosa tuya? –Suspiré- Tampoco importa ya. ¿Cómo debería empezar? Supongo que con un título… No sé, ¿Memorias del Brujo? Suena muy cutre, mucho, necesitaría otro (humm, me vendría bien un supervisor para estas cosas o algo así). A ver, si esto fuera el principio… supongo que tendría que presentarme y decir algo como… “Muy buenas, bienvenidos a “Memorias del Brujo”…  Me llamo hem… esto… Soy un brujo (¿Ves? Queda cutre), es decir, un híbrido entre humanos y demonios (sí, mi padre se tiró a un demonio, ¿contentos?)” –se me escapó una carcajada-. Queda ridículo, muuuy ridículo. Aish, no sé qué decir, estas cosas no son para mí… Ni siquiera sabría por dónde empezar.
Empecé a contarle el primer día en la iglesia de los Marianicos de su Señor, cómo Kaila me traición, mis luchas junto a el-que-se-hace-el-héroe matando vampiros y dragones, los cambios de cuerpo, cómo acabé sin hogar al que regresar y viviendo entre Guardianes, de mis sentimientos por Lena, por ellas, incluso de Dande, le hablé de las trifulcas entre la Tierra y el Reino de los Infiernos y el papel de los Seamair en todo ello…
Y así hasta que llegamos a este momento, frente a frente, y ya no me quedó nada más que contar.
Esta es toda la historia, al menos la parte más importante.
Pero cuál es el motivo, ¿la verdadera razón de mi ejecución? Cosas malas he hecho bastantes, para qué mentir. Por ejemplo matar (¡pero siempre por dinero; si alguna vez me divertí tampoco es tan malo, hay que saber gozar de tu profesión!). Pero no estoy aquí por eso, qué va. Ni siquiera por traficante, hechicería o mi destacada cleptomanía.
Me rebanaran el pescuezo por haber nacido hibrido: mi mera existencia les supone un peligro muy grande. Una lástima, podría haber muerto por motivos más elegantes o heroicos, al menos por un motivo serio. Pero no, da igual que no hubiese hecho nada, me hubieran tenido que matar de todas formas (pero gracias a mi pésimo historial, les cargará menos en la conciencia que si hubiese sido un chiquillo asustadizo).
Se supone que, tal vez, al habértelo contado haga que mi esencia siga viva contigo una vez yo muera y esas chorraditas sentimentalóides que suelta la gente al final de sus vidas. Pero la verdad es que yo no me siento así para nada: no me ha liberado ni me hará inmortal. No importa la mella que haya dejado en este mundo o en las personas que conocí. Un día tendré que morir y ya no habrá vuelta atrás.
Desapareceré.
No pasa nada, yo estoy… ¿conforme? Ya que arrepentirse no vale la pena (no cambiará nada), si puedo elegir, me iré con la cabeza alta y gritándoles que disfruté de la vida.
Viví. No la mejor vida ni la más normal, pero viví.
Y toda vida llega a su final. Fue un placer tenerte como compañía y sabes que no miento.