//¿No queríais uno largo? PUES TOMAR LARGURA//
Los pitidos de una maquina me recibieron al despertar. Podía reconocer mis latidos en ellos. No estaba muerto.
Maldita sea, realmente creí que esta vez la palma, joder, pero aquí sigo, jajaja. Lena rompió la mayor parte de cadenas, así que… no había sido tan grave; unos huesos muy rotos y ya…
Empecé a reírme, los puntos se tensaron. La tos seca con sabor a sangre me hizo estremecerme.
-¿Alec? –la voz de Gin, el medicucho, se aproximó con pasos veloces hasta mi cama. No podía abrir los ojos de los pesados que los sentía, pero no importaba pues percibí que una venda de gasa me los tapaba de todos modos. Así como unas grapas metálicas en la cabeza-. ¿Puedes escucharme? Responde si me oyes.
-Muérete…
Volví a desmayarme con una sonrisa en los labios.
***
-¿Cómo está?
Gin suspiró. –Mal. Pero mejor. Al fin pude drenarle los pulmones… Estaba peor de lo que pensábamos…
-¿Peor?
-No quieras saberlo… No sé ni cómo ha podido moverse hasta ahora.
-Pero…
-No. Recupera la conciencia a ratos, pero la pierde enseguida.
-¿Y ha dicho algo?
Soltó una risa lastimera-: Básicamente nos desea lo peor del mundo, pero lo hace de corazón.
***
-Ya hasta extraño que te metas conmigo. Por favor, despierta. No nos dejes... Te quiero demasiado para soportarlo. Te amo, maldito capullo.
***
-Albert, deberías irte. Aunque te pases los días junto a su cama, no mejorará antes.
-Solo despierta cuando no estoy aquí.
-… ¿Y qué es lo que quieres decirle? –Albert no respondió. Solo después de un buen rato, cuando Gin se fue, me susurró-: Nunca he sido un buen padre… Lo siento.
Ni nunca lo serás.
***
-Lena… tú querías venir…
-Ya, Colyn… pero –se dio la vuelta y corrió hacia la puerta, cerrando detrás de ella.
Colyn suspiró.
Colyn… había vuelto a la Orden… aunque era ahora un hombre lobo; conseguí pensar con dificultad, incluso algo tan sencillo hacía que me martilleara la cabeza. Debía de estar ocultándolo, de lo contrario ya lo hubieran matado, ¿pero cómo? No es que fuera algo fácil de esconder…
-A ver si te recuperas pronto, empezamos a necesitarte para poner orden. Já, parece mentira: tú, poniendo orden… –Guardó silencio lo que debieron ser varios minutos que a mí se me pasaron volados-. Creo que nunca te lo he dicho, pero creo que eres… realmente eres un héroe.
-¿Un héroe, en serio lo piensas? –Robert entró cerrando la puerta con un portazo.
-Hola, Rob... ¿Lena se fue?
-Ahí fuera no estaba cuando llegué. ¿Es que ha venido… a verle?
Colyn asintió. –A veces lo hace. Pero siempre se queda fuera. Igual que con su padre… La cosa está realmente complicada…
-¿Por Lena?
-Sobre todo.
-… ¿Apruebas lo que le hizo a su padre? Colyn, no me mientas. Te conozco desde niños y sé cuando me mientes –amenazó-. ¿Crees que no sé qué os lleváis secretitos vosotros dos, tú y esta escoria? De repente sois muy amigos.
-¿Estás celoso?
-No –pero sonó como un niño pequeño enfurruñado.
Colyn volvió a suspirar. Era inútil hacer entrar en razón a ese cabeza hueca.
-No lo apruebo. Pero lo comprendo, después de todo, ¿tú no habrías hecho lo mismo de haber estado en la misma situación, de tener la oportunidad?
-No siendo el padre de Lena… Ella ahora está sufriendo.
-Rob…
***
-Albert, he estado pensando…
-Dime ya que es lo qué ocurre. Somos amigos, Gin.
-Es que… Me he estado fijando, aunque creo que nadie más lo ha hecho, y… estaba pensando en que Alec y Robert se parecen bastante. Se parecen a ti -Se notó en el aire cómo Albert se tensaba-. Y… la vez aquella en la iglesia de los Marianicos cuando le agradeciste a Alec salvarte… Te comportaste igual que cuando Rob se rompió una pierna por intentar salvarte cuando le ordenaron quedarse quieto siendo más pequeño… Y, además, el hecho de que os conocíais de antes… ¿Por qué estás intentado protegerle? Nadie aquí lo entiende.
-Gin, no finjas y enuncia la pregunta como realmente la piensas.
Gin suspiró. -Alec… ¿Alexander Derek Seamair es… tu hijo, Albert?
-Así es.
-¡Albert! ¡Pero…! ¡Él es un demonio…! –dijo como si eso bastara para dar por falso toda su confesión-. Tú… entonces… Madre mía, madre mía –Gin se levantó de su silla y empezó a dar vueltas en círculos-. ¡Podrían echarte! ¿Qué digo? ¡Tendrías suerte si no te ejecutan por traición! Albert, cómo…
-Ginneas, por favor, cálmate. Sé a lo que me atengo de descubrirse. Y, aunque no te lo creas, su madre no me obligó a nada…
-No hablas en serio.
Albert asintió. –Pensé muchas veces en divorciarme de Karen e irme con la madre de Alec. Pero llegó la profecía sobre el futuro de Robert con su nacimiento, mi ascenso, el puesto de liderazgo y otro en la academia… Se complicó demasiado y… –y nos abandonó-. Creí que nuestras naturalezas se habían anulado en él y era humano, rezaba porque así fuera; por ello nunca le hablé a Alec sobre la Orden. Y hasta hace poco pensaba que Alec estaba muerto. No sabes hasta qué punto me sorprendió su aparición en el Cuartel General la primera vez.
-Entonces lo que decía Dande es cierto: Alexander es el bastardo de un Guardián… ¿Cómo es posible? Dos especies tan distintas… No creí que fuera posible.
-¿Crees que eso es lo que lo ha salvado de la Luz? Ni siquiera los humanos más puros…
-Es la única explicación que se me ocurre. Un demonio capaz de sobrevivir a la Luz y salir bajo el sol, y un Guardián con poderes mágicos… El sueño de muchos. Alec es más especial de lo que creíamos… empiezo a entender que tenga tanto peso en la profecía de Rob. –Suspiró-. No me extraña que Alec sea tan desconfiado, cualquiera como Dande vendería su alma por obtener su secreto.
-Mataré a Dande si vuelve a intentar ponerle un dedo encima. No será difícil encontrar algún delito… ¿has visto las grabaciones que hacía a sus presos? No sería complicado demostrar que mantenía relaciones sexuales con esas prisioneras.
-¡Albert...! Eres... ¡un corrupto!
-Perfecto. Así iré al Infierno –encendió un nuevo cigarrillo pasándose por el forro que aquello era una enfermería-. Llevo tiempo esperando que una batalla o el tabaco me maten para poder reunirme con Ella allí bajo.
***
Unos chasquidos de dedos me sobresaltaron.
-¿Qué día es hoy? –tardé en reconocer la voz de C.Lence. Tenía el cerebro embotado.
-¿Y me lo preguntas… a mí?
-Creo que le dais demasiada morfina.
-Déjalo así, puta desteñida –la voz no consiguió salir de mis labios, pero ella lo entendió.
-Cuida ese lenguaje, hibrido. ¿Ya quieres morir?
No respondí. Volvía a irme al mundo de las sombras.
-Así me gusta. Cumple tu destino y tráenos el Caos. Lo haces bien.
***
-Alec… Alexander, sé que estás despierto.
Resoplé. -¿Y?
La sonrisa se distinguió en la voz de Gin: -Ya te cuesta menos hablar, eso es bueno.
Resople otra vez. -¿Cuánto llevo aquí?
-Casi una semana y media.
-¿Y el Dr.?
-Yo soy doctor. –Sabía perfectamente a quién me refería-: En el hospital… Nosotros estamos en la enfermería de la Academia.
-Humm. -como suponía, ninguno de los dos estábamos muertos (klrhissorgo, encima que le puse velitas a Belcebú…).
-¿Estas lúcido?
–Más que nunca desde antes de mi boda.
Me aparté la venda de los ojos y con mucho esfuerzo logré abrir los parpados. Me sentían las pupilas muy dilatadas y la vista borrosa. No podía enfocar a Gin. Éste esperó sin prisas hasta que me incorporé en la cama. Tenía todo el estómago cosido y con apretadas vendas que no me dejaban doblarme lo más mínimo, igual que si fuera un tablón de madera.
Contuve el aliento, haciendo un reconocimiento de mi estado.
-¿Y mi pierna?
Gin tragó saliva.
-Lo siento, no estaba… cuando te encontramos.
-¿Cunado me encontrásteis? ¿No estaba Lena conmigo?
-¿Eh? No… -pareció sorprendido-. Te encontramos entre otras victimas mucho despues de que los demonios abandonaran el lugar… cuando salió el Sol.
O sea, que ni Rob ni Lena había hecho mucho por ayudarme, menos mal que son los Buenos.
Volví a mirarme; no tenía ganas de pensar en idiotas cobardicas con aires de grandeza. Tuve que hacer un esfuerzo para no estremecerme ni gimotear. No sé por qué pero de repente me afectó de verdad, ya había dejado atrás los problemas mayores que me distraían de este. Sólo ahora me percaté de que ya no podría correr, ni sentir el aire contra la piel, ni la tierra en mis pies, tampoco saltar si no era a la pata coja (ugh, iba a ser difícil conservar la dignidad). Al menos hasta que la recuperara.
-Puede que no la hayan mancillado demasiado todavía.
-¿Sí?
-A veces se quedan esas cosas como trofeos… espero que no la disequen, lo complicaría mucho.
-¿Entonces no habría problema con volver a cosérte la pierna si la encontramos? -Negué. –Menos mal –sonrió con sinceridad-. ¿Y que es esa cosa que llevas en la muñeca? No conseguimos quitártela.
Bajé la mirada a la trenza de pelo rojo con cintas verdes que llevaba.
-Mi alianza. Kaila tiene una igual pero con un trozo de mi cabellera; es una especie de amenaza mutua: de igual modo que yo podría usarla para rastrearla o invocarla hasta aquí y tenderle una tramapa, ella puede hacer lo mismo conmigo. Pero dudo que ninguno se atreva…
-Vaya, qué tradición más interesante. ¿Entonces os habéis casado?
-Sí –la ceremonia y el hechizo eran cosas completamente independientes, pero Krisof había decidido encubrir una con la otra (hacernos tomar la pócima durante la fiesta de después… que por poco no lo consigue también).
-Oh, Dios. Dudo que se lo tome bien… -¿Quién, Lena? Pero no me dio tiempo a preguntar:- Dime, ¿cómo te sientes?
-Mal. Me duele todo y quiero llorar y meterme dos litros de morfina en sangre. O de whisky, lo mismo me da –me froté las sienes-. Siempre siento que me va a estallar el cerebro y la Luz se siente como brasas, pero nunca te acostumbras ni disminuye, sólo empeora. Cuesta imaginarlo si nunca lo has vivido. Y que me hayan dejado los huesos como papilla no ayuda que digamos, al menos curo medianamente rápido –al dejar de hablar me pregunté por qué estaba dando tantos detalles. Habría imaginado que lo decía en voz alta.
-O sea, que no es la primera vez que te hieren con Luz… ¿Esas marcas negras que tienes son por ella?
-Exacto, pero yo soy especial (¡wiii!), al contrario que los demonios y humanos, en los cuales no cierran las heridas de Luz, a mí me desaparecen con el tiempo. De lo contrario tendría el cuerpo lleno, pues Dande lo hacía muy a menudo.
-¿Cuándo?
-Cada tres meses durante dos años… Eso las inyecciones. También probaba armas… para ver si funcionaban.
Apenas percibí su largo silencio. Cuando volvió a hablar parecía apenado. O tal vez culpable:
-¿Qué edad tenías?
-Ocho años; eso fue hace diez.
-Dime… qué te hacía exactamente, por favor…
Resoplé. –Pues nada agradable. Nunca he sido masoquista, la verdad (aunque con mi historial empiece a parecerlo). Le gustaba hacerme amputaciones para luego unírmelas y ver cómo regeneraba –me estremecí-. Y me quitó un riñón, pero no sé qué hizo exactamente con él; no me lo devolvió. También contabilizar cuanto tardaba en desangrarme. Algunas veces probó los venenos y… la terapia de electroshock –me encogí al recordar las quemaduras. ¿Por qué estaba contándole eso? Me costaba pensar, pero mi lengua se movía con independencia-; quedaba con la piel tan quemada que se me caía igual que una serpiente muda la piel. También perdí todo el pelo, encima de que era feo con ganas… -hice un esfuerzo por callarme- Y… también... me… -no podía frenarme. Era físicamente imposible. Como una ola demasiado grande que me arrastraba a contestar a su pregunta.
Suero de la verdad.
Aguanté la respiración. Se me desencajó la expresión, creo que mis ojos nunca lucieron tan grandes.
¿Cómo, cómo habían conseguido algo tan raro? Mierda, yo le robé un frasco a la gitana… ¿¡y mis botas, qué han hecho con ellas!? ¡¡Mierda, me han registrado; a saber qué más cosas incriminatorias habrán encontrado!!
-¡Alec, ¿qué pasa, estás bien?!
De nuevo el impulso de responder, era una necesidad. Responde, responde, tienes que decírselo; se repetía de fondo en mi cabeza, impidiéndome escuchar mis propios pensamientos. Si intentaba gritar más fuerte, su volumen también aumentaba. Malditos cabrones, habían aprovechado mi inconsciencia para hacerme tomar suero de la verdad (encima, el que yo mismo guardaba).
La voz me tembló, empezaba a jadear por el esfuerzo de resistirme. -Te… he… dicho… ¡que no!
-Alec, ¿qué te duele?
-También te lo dicho: TODO.
Entonces lo vi: Gin tenía una grabadora en la mano. La ira ascendió, cegándome por una fracción de segundo. Suficiente para condenarme.
Tomé la bandeja metálica que había junto a mi camilla y la estampé en su cara. Gin no lo vio venir. Enganché el cuello de su camisa, alzando el puño sobre nuestras cabezas. Mis dedos crujieron dolorosamente contra su mandíbula. Se desplomó de su taburete con una ceja partida y ensangrentada.
-¿¡Qué pasa!? –me miró sobresaltado e incrédulo, más que eso, me miraba con miedo, la clase de terror que se le tiene a los monstruos de las pesadillas.
-Que tolero muy mal ser un prisionero obligado.
-¿Cómo?
-Suero de la verdad, estúpido, no mientas –le arrebaté la grabadora y la lancé con todas mis fuerzas para asegurarme de que acababa destrozada.
-Te diste cuenta…
-Obvio que sí.
-Intenté impedirlo, Alec. Pero los líderes…
Solté la bandeja. Me destapé la sábana saltando fuera de la cama. Yo hubiera hecho lo mismo, sin duda, pero aunque lo comprendiera no por eso pensaba perdonárselo. Mi mirada se lo dijo todo: OS ODIO.
Tomé las muletas que habían dejado (muy amablemente) junto a mi cama. Llevaba una especie de pijama de tela mala y muy corto de esos que dan en los hospitales (al menos no es una bata de esas con la espalda al aire).
Me dirigí hacia la salida.
Gin se estaba reincorporando. -¡¿A dónde vas?!
-Donde no tenga que verte, capullo.
Incluso con muletas y el cuerpo encabestrillado era más rápido que él, así que al girar la esquina ya le había dejado atrás.