martes, 22 de febrero de 2011

Encantamiento 21: Agarrarse a un clavo ardiendo.


Mi juicio no tardó demasiado en producirse, en realidad creo que tenían prisa por oficiarlo.
Me llevaron tal cual, despeinado, sucio, con las manos vendadas y esposado, en cuanto el medicucho Gin decidió que no me desangraría por el camino. Antes intentaron sonsacarme qué clase de demonio era y qué cualidades tenía; de nuevo os recuerdo que la existencia de un híbrido semihumano adulto, al parecer, les resultaba demasiado sórdida. No era nada nuevo en mi vida; los híbridos por regla general no viven mucho más de un par de meses, las propias familias los matan para no ensuciar sus líneas de sangre (la vida es así, guste o no). Se podía decir que yo había tenido mucha suerte con el trato que hizo mi madre para que me dejaran vivir… Pero toda esta historia no viene a cuento, así que sigamos por dónde íbamos.
La sala de juicios estaba dentro del mismo edificio. No pude evitar sorprenderme por las estancias tan inmensas que tenían aquí, y sin usar ningún tipo de magia que alterara el continuo espacio para conseguirlas. Era circular, con altos techos y gradas en todas las paredes para quién quisiera observar, que resultaron ser bastantes Guardianes teniendo en cuenta que aun estaban convalecientes por el combate. Eran ricos, obviamente. Creo que los subvencionaban por matar demonios tanto entidades religiosas como empresarios humanos comprometidos con su causa. Por eso tenían cosas tan alucinantes aun desconocidas en el mercado (mis esposas anti-magia sin ir más lejos).
En el centro de la sala solo había una silla enfrentada al palco dónde los que supuse eran los líderes de los Guardianes miraban desde arriba. Albert estaba allí.
Me hicieron sentarme en la silla (menudo tronito). No me quitaron las esposas ni cuando las abrazaderas de los reposabrazos estuvieron bien firmes sobre mí. No me gustaba; esa silla servía para las torturas. Es curioso como un simple mueble conseguía que se me revolviera el estómago. Se notaba que yo era el centro de aquel espectáculo, me sentía como en un circo, en la arena esperando al león.
El sonido de conversaciones cesó al ponerse en pie Albert, en el centro derecha de la tribuna. Él sí que se había aseado; la camisa blanca relucía nueva sobre sus hombros poderosos y llevaba un par de tiritas en la sien izquierda.
-Silencio, va a empezar la sesión. Hoy, 9 de septiembre, la sagrada familia de los Guardianes nos reunimos en asamblea por el juicio contra Alexander Derek Seamair, sirviente de demonios –es que la raza de brujo no está oficialmente reconocida. “Brujo” es un vulgarismo no reconocido, que sirve para designar a los seres que interrelacionan el mundo de los humanos y el demoniaco; antiguamente era especialmente utilizado para llamar a los humanos que trabajaban con elementos mágicos o para los demonios que negociaban con humanos. Yo lo usó entre otras cosas porque el término correcto sería híbrido de humano y demonio, y ya os habréis dado cuenta de que todo el mundo evita al máximo reconocer el hecho de la hibridación; “brujo” da mejor imagen-. Acusado de la invocación de un demonio supremo, fuga y desacato a la autoridad –tres, pues no eran tantas. 
Un escribano iba tecleando cada palabra. Me concentré en el movimiento de sus dedos sobre la máquina. No presté demasiada atención cuando siguió con su perorata y todos los Guardianes recitaron algo al unísono (una plegaria a la Luz tal vez).
Si os digo la verdad, al principio, estando en la enfermería llegué a sentirme perdido, pero ya lo había superado. Mi plan siempre fue seguir vivo y volver con los Seamair, ahora no podía. Debía seguir vivo, pero no sabía cómo tantear a aquellos tipos (cabrearlos sí que sé). Era necesario ganarme su aprecio, pero en un juicio eso resultaba especialmente complicado.
¿Pero os creéis que no tengo ningún plan? Claro que lo tengo, yo SIEMPRE TENGO UN PLAN. Sacar a colación todo lo posible mi ayuda a sus miembros; eso es tremendamente clave. Y si las cosas se ponían muy mal, agarrarme a un clavo ardiendo y apelar a valores más altos, como la justicia o el compromiso que tanto aprecian ellos, y echar un buen discurso a ver si emociono lo suficiente a alguien como para que me saquen (muy de libro, pero a veces funciona). Lo demás eran ideas demasiado burdas y mentiras demasiado evidentes.
-¿Admite el acusado su implicación en los delitos?
Levanté la cabeza al darme cuenta de que se referían a mí. 
-Supongo –respondí sin mirar nada en concreto, mi tono sonó bastante seco. El escribano copió mi respuesta añadiendo adjetivos como “desinterés” o “resignación” a la descripción. ¿Qué se creía para decir esas cosas, un novelista de prestigio?
-¿Supones? –me increpó otro hombre en la tribuna.
-Lo siento. ¿Qué quiere que responda? Yo no entiendo en qué consisten exactamente sus leyes.
-Bueno, evitemos más peleas. Este no es momento –interrumpió una tercera voz de mujer al ver que el primer Guardián iba a rebotarse.
-Hemos estudiado las condiciones de los acontecimientos, tanto de los delitos como posteriores –o sea, ¿a que ayude o es otra cosa? Ya podrían especificar-, y teniendo en cuenta que el propio acusado admite haberlos cometido; pasaremos a deliberar nuestra sentencia.
-Realmente sí que se diferencia de cualquier buen juicio, ni me preguntan –espeté. Esta podía ser mi única oportunidad de alcanzar ese clavo ardiendo.
-Dudo que estés en condiciones de replicar –me contradijo el gruñón de la tribuna.
Me encogí de hombros.
-Solo era una observación. De todos modos, aquí no se me tiene en cuenta –me habrían declarado culpable diera una respuesta u otra-. ¿Ignorar una de las versiones no es lo mismo que manipular un juicio?
-De acuerdo –se rió en su tribuna esa misma persona, no me iba a tomar en serio dijera lo que dijese-, dinos: ¿por qué invocaste al demonio?
-Porque tenía un contrato. Me gustase o no, estaba obligado; los contratos no pueden romperse –mentí descaradamente. En realidad no es como sus juramentos, pero a lo mejor ellos no lo sabían. Puedo perfectamente hacer lo que me venga en gana y romperlos, pero en ese caso me arriesgaría a que el otro implicado del trato me intentara matar (cosa que hay que tener muy en cuenta si trabajas con asesinos mágicos)-. Si estaba de acuerdo no contaba. Además, no sabía que se trataba de ese rango de demonio –sino habría sido muy estúpido por mi parte seguir con la invocación.
-¿Y por qué saliste corriendo cuando llegaron nuestros hombres?
-Porque no me escucharían, me llevarían a un juicio en el que tampoco querrían escucharme. Y si lo hacían, no me creerían - ¿acaso ustedes lo hacen? No, solo estamos demorando un poco mi final.
-Somos la ley.
-Solo porque ustedes lo dicen –bien, ahora sí que me mataran. Esto era demasiado arriesgado pero ya no podía echarme atrás. -De acuerdo, en ese caso quizá deberían ser más justos –me estoy repitiendo, tengo que inventarme otro diálogo.
-¡Ja! Solo dices eso porque nuestra justicia no te conviene.
-Lo digo porque cualquiera sabe que un juicio con ustedes siempre acaba con pena de muerte –el público empezaba a alterarse. Me mandaban a gritos callarme y cosas mucho peores, pero yo los ignoré completamente.
-Quizás se lo merezcan, ¿no crees? –Gruñón se estaba desquiciando, sin duda. Realmente tengo un talento prodigioso para liar a la gente.
-¿Cómo pueden saberlo si no les escuchan?
-¡Ya basta! –intentó mandarnos a todos callar- Es un impertinente –lo que es ahora mismo, la verdad es que sí, bastante. Pero no voy a rendirme por una nimiedad como los buenos modales precisamente ahora. 
-Tampoco importa, voy a morir, ¿no? –el escribano me describió como “retador y firme”. ¡Momento de sacar la otra baza!-: Pero recuerden que ayude tanto a Colyn y Lena con los licántropos; les salve. Pregunten. ¡Por confiar en ellos entonces, estoy ahora aquí! Y si salí de mi celda fue porque un Convertido intentó matarme, ¿qué iba a hacer, dejar que me desangrara allí dentro? Solo me quité las esposas para defenderme. Y después de eso también salvé a… este –el estúpido armario empotrado- alto, Robert. A ver si se atreve a negarlo. Alguno de ustedes tuvo que verlo. Y salvé también a ese niño que ni siquiera conozco. He salvado a un montón de sus hombres sin ninguna necesidad de hacerlo y ahora voy a ser condenado a muerte. ¿Eso entienden por justicia? ¿Por qué solo soy medio humano merezco morir? –En realidad siguen sin creerse del todo que yo sea un híbrido (son realmente cabezones), pero por si acaso vuelvo a sacar el tema: soy medio humano, ¡si ellos protegen a los humanos también me tienen que proteger (aunque sea a medias)! -Pues perdonen, yo no elegí a mis padres y mucho menos nacer así –me callé. 
Menudo discurso acababa de soltar, en mi cabeza sonaba más corto. Me resultaba raro que los de la tribuna no me hubieran interrumpido, quizá eso significaba que había calado. El escribano escribió “discurso lleno de emoción”. ¿Emoción? ¿En serio, eso ha parecido? Estaba diciendo lo que me parecía que adornaba más. Pensándolo un rato, supongo que será bueno dar esa impresión.
-Eso es cierto –miré hacia la grada. Allí estaba el pelirrojo desagradecido de Colyn de pie entre el público. La gente guardó silencio y se giro para mirarlo.
 Al parecer, si eres un Guardián sí que puedes hablar libremente en el juicio-. Nos salvo cuando podría haberse ido -¡toma ya, chuparos esa, que es verdad!-. Lo atrapamos porque bajo la guardia con nosotros –no me recuerdes lo estúpido que fui al confiar en Lena cuando sabía que no debía…-. Y también le vi con Robert –me miraba fijamente a la cara. Leí perfectamente el mensaje de sus ojos “no lo digas, no digas lo que sabes que me pasó”. Aguanté una sonrisa algo macabra. Sabía que conocer su secreto serviría de algo. Le respondí con un pequeño y casi imperceptible asentimiento.
La voz más despectiva de la tribuna no se daba por vencido e intentó volver a la carga:
-Pero aun así… -se interrumpió cuando las puertas se abrieron de un portazo. Todos miraron en esa dirección menos yo, que con el respaldo de la silla de torturas no podía. -¿¡Qué hace aquí, cómo se atreve!?
-Cómo se atreve usted ha hablarme con semejante tono. ¡Vengo a evitar que destruyáis el destino! –le espetó muy dignamente la voz de una mujer. El taconeo de unos tacones (valga la redundancia) se aproximó a paso ligero 
hasta el centro de la sala. En cuanto llego a mi altura se paró para echarme un vistazo.

1 comentario:

  1. ¡BIENNN! Lo ves estos capitulos me gustan! y me enganchan más! Osea con dialogos y pensamientos de Alex y emocion! BIENN!
    PD: Echo demenos al vampiro loco :'(
    PD2: SEGUIRE LEYENDO WIIIII ^^

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