miércoles, 22 de junio de 2011

Encantamiento 34, 3º parte: Cómo acabar con un dragón sin perecer en el intento.

Nicole no gritó de puro milagro, supongo que la impresión la dejo sin voz. Estaba colgando con más de cuarenta metros bajo sus pies de mi muñeca y porque yo me había apresurado a engancharla antes de que se pudiera matar. Terror, eso es lo que apareció en sus ojos, justo lo que buscaba. La luz dorada se volvió más viva en sus piernas. Tenía que hacer mucha fuerza para que no se me escurriera, aquellos tatuajes ciertamente la hacían más pesada. Era el momento, podía sentir la energía de la Flor de Oro mostrándose en grandes cantidades para intentar salvar a su huésped y a ella misma. Primera parte del plan, completada con éxito.
Me concentré en mi propia energía, tenía que despertar todo mi poder del letargo. Me ardía la mano, el metal de las esposas parecía haberse vuelto candente; no me extrañaba. Esperaba dolor y lo soporté sin problemas. Forcé más mi magia, la cual luchó por hacer grietas en aquella barrera.
Lo conseguí; su cierre crujió y me sentí libre. El torrente de vida corriendo de nuevo por mis venas calmó cualquier dolor.
Agarré a Nicole en brazos y nos dejé caer al suelo firme de la habitación.
 -¿¡Por qué cojones me has hecho eso, qué querías!? –la voz apenas le salía. Permití que se bajara aunque las rodillas le temblaban mucho. Me empujó pero lo único que consiguió es que yo me quedara plantado en mi sitio mientras ella trastabillaba hacia atrás y acababa de culo contra el suelo. Unas pocas lágrimas habían aparecido en las comisuras de sus ojos.
-Necesitaba mucha energía para provocar un cortocircuito –comenté arrojando sin dificultad el aro metálico fuera de mi muñeca. Si una de las dos no estaba, no funcionaba; ya me lo explicaron, tenía sus puntos débiles, igual que las anteriores aunque fueran más moderna. Llevaba mucho tiempo pensando en ello, aquel aparato debía de tener algún tope de tolerancia; el truco era producir tantísima magia como para que no pudiera soportarlo y se rompiera. Y eso había hecho, forzar a la Flor de Oro para que intentara protegerse y fabricara el exceso de magia que yo necesitaba, ¿precisa de más explicaciones?-. Después te lo explico. Ya te recompensaré, lo prometo –le sonreí con una de mis expresiones más encandiladoras guiñándole un ojo. Ella me puso mala cara; tampoco me extrañó.
El dragón me daba la espalda, mejor. No se había percatado de mi poder, el cual me rodeaba enrareciendo el aire y deformando mi aspecto de aquella manera tan magnificente que a estas alturas mis queridos lectores ya deben conocer.
Me acerqué al boquete en la pared. Tenía tierra y hojas del invernadero en la ropa y el pelo; con eso bastaría. Me arranqué las pequeños vegetales y los coloqué con mimo en el suelo para que tuvieran dónde arraigar. Les insuflé magia desde mis manos (ya veréis cómo mola lo que planeo hacer).
Los pequeños restos vegetales vibraron y empezaron a crecer a un ritmo acelerado. Se dividieron en decenas de raíces, incrementando su grosor, expandiéndose por todo el suelo y ascendiendo metros y más metros. El río de mi magia corría desde mis dedos hasta su corteza y de allí directa a las copas. La estructura firme empezó a levantarse y rodeó las patas del reptil siguiendo mis órdenes.
Dar magia, tu propia vida, a otro ser vivo siempre es una sensación extraña. Es como si os atara y peligrara con absorberte si no se tiene cuidado.
Un rugido ensordecedor soltó el dragón al darse cuenta de que algo lo agarraba e intentó alejarse. Volvió a rugir con furia, ya no podía alzar el vuelo.
Robert dejó lo que estaba haciendo y se giró en mi dirección. La cara que puso al verme era para echarle una foto (ahora que lo pienso, podría aprovechar y sacársela con el móvil).
-Un poquito de ayuda no os vendrá mal –sonreí socarronamente. El-que-se-hace-el-héroe frunció el ceño. Encima de que vengo a facilitar las cosas…
El dragón intentó liberarse con zarpazos, pero cada vez que  quebraba una rama, otra se enroscaba a su alrededor mientras el resto seguía trepando por su cuerpo. Aún así no se rindió (testarudo) y siguió sin cesar, luchando por rebatirse sin lograr liberar las patas, incluso usando su fuego. Inútil, yo (con mis plantuchas) era más fuerte. Peor para él si quería gastar sus fuerzas en vano.
Sus ojos de color rubí se fijaron de repente en mí (por la expresión reptiloíde que me puso no parecía hacerle mucha gracia mi intervención). Sin más ni más intentó golpearme con su cola la cual aún no había inmovilizado (vaya fallo mío…). Salté unos tres metros fuera de su alcance. Este movimiento me obligó a interrumpir el contacto físico con la planta, y con él, el riego de magia y mis órdenes; pero mis ramas siguieron fuertemente apretadas.
Su rugido hizo caer pequeños casquetes al suelo que esquivé a la carrera.
Subí de un salto a su costado.
La cola volvió a intentar darme y se golpeo a sí mismo con sus pinchos (¡ja-JA!).
Concentré toda mi energía destructora en las manos y las lancé como dos latigazos que rompieron escamas. La sangre salpicó todo a su alrededor y aquellas gotas escocieron al alcanzarme contra la piel.
-¡¿Lo cubro?! –pregunté a voz en grito mientras corría en zigzag para evitar que tanto movimiento del bicho me tirara al vació. Podía cubrirlo con una barrera para volverlo invisible a los humanos; aunque a estas alturas toda la ciudad debía haberse percatado de que un bicho te tres toneladas y con escamas revoloteaba entre los rascacielos.
-¡Hazlo! –obedecí y una burbuja de magia rodeó al ser extrayendo gran parte de mis fuerzas; al menos no incrementaríamos más el daño (quién sabe, puede que todavía habiera alguien que no lo haya visto). A lo mejor esto evitaba que el ejercito intentara dispararnos si no saben dónde estamos (porque es muy obvio que si un monstruo ataca, vienen policías y militares, ¿no?).
Dio otro giró inesperado y me resbalé estampándome de costado (ay, mi hombro). Por poco no pude volver a ponerme en pie para evitar caerme. Subirse a un bicho viviente volador tienes sus peligros, como habréis observado.
Hice un corte a lo largo de su zarpa para evitar que me aplastara de un manotazo.
Jadeé con fuerza el único momento de descanso que me dejó antes de volver a dar giros sobre sí mismo sin ton ni son con la intención de quitarnos de encima. Las escamas pulidas tenían muy bajo índice de rozamiento, en definitiva, eran muy resbaladizas (¡que no somos pulgas, no tenemos con qué engancharnos!).
No podíamos seguir así. Solo había una manera de matar a este tipo de dragón y atravesando la piel íbamos a tardar mucho.

-¡¡Escoria!! –me giré a la llamada del-que-se-hace-el-héroe, se había convertido en mi mote particular- ¡Hay que atravesarle el corazón! –Ya lo sé, ¡no nací ayer!- ¡Distráelo para que me acerque!
-¡Vale! –Si no hay más remedio; el trabajo es el trabajo…-¡Lagartija, estoy aquí! ¿¡No piensas hacerme nada, pusilánime!? –le grité a aquella bestia en el más arcaico demoniaco. Casi todos los dragones sabían esa lengua, no solo gruñen. Ya casi no me quedaba aliento pero conseguí vocearle los primeros improperios que se me ocurrieron. Sus ojos rojos se voltearon y me miraron fijamente-. Sabes que yo soy la peor amenaza; si puedes conmigo, podrás con él. Dejemos las cosas claras: es a mí a quién tienes que matar…
El dragón se revolvió para abalanzarse sobre mí, tal cual esperaba que hiciese. Pero joder, sí que se lo ha tomado en serio.
Crucé los brazos sobre el pecho para extraer toda la energía posible de mi cuerpo. El dragón abrió la boca y una rafa de fuego me envistió. Me rodeé con uno de mis potentes escudos, aun así la fuerza me hizo tener que hincar los pies y amenazaba con hacerme retroceder. Redirigí magia al final de mis piernas y empecé a avanzar haciendo que las escamas de su piel estallaran en trozos sangrientos a cada pisada. Sin Lena y el colgante cerca y después de haberle robado algo de magia al parasito de Nicole, por no hablar de que estaba liberando toda la magia que había acumulado durante estas semanas portando las esposas, mi poder estaba crecido; me sentía drogado de energía.
La ráfaga de fuego se acabó y aproveché para correr antes de que preparara la siguiente. Lancé una descarga que acertó en un ojo y lo cegó a medias.
-No puedes conmigo, asúmelo –me reí de él (o ella, no me he fijado lo suficiente para saberlo) con una mirada baja y tétrica.
Apenas podía mantener controlada visualmente  la posición del héroe, pero parecía estar teniendo ciertos problemas para no resbalar al trepar por las púas del cuello con tanto traqueteo. Es curioso pero tengo la sensación de que siempre acabamos peleando juntos (yo protegiéndole y él llevándose la gloria de todo; qué puto asco).
Salté en cuanto se activaron mis reflejos. Una flecha se clavó en la piel del dragón en lugar de en la mía. ¿Qué coño? No pude evitar pensar automáticamente en Lena, pero ella no podía ser porque no estaba aquí. Ni siquiera era una flecha de Luz como la de los Guardianes.
Siguieron las envestidas. Esto es malo, luchar contra más oponentes, obviamente, lo dificulta todo. Lo único bueno era que cada vez que yo las esquivaba el dragón sufría el ataqué. Pude identificar al francotirador; una persona completa y herméticamente de negro agazapado en la azotea del edificio colindante. Parecía de la SWAT, pero los cuerpos de seguridad humanos ni de coña iban a usar flechas.
El bicho sobre el que estaba subido volvió a girar sobre sí mismo (¡cabronazo, deja de hacer eso, ¿no ves que funciona?!). Me aparté de a trayectoria de la flecha, pero me puse en el camino de una de sus alas. Esta vez no puede esquivarlo.
Por si os interesa: los aletazos duelen.
Pero lo verdaderamente importante ahora no es eso, sino que me caía desde una altura de ciento y pico pisos, no hay nada debajo que amortigüe la caída, no sé volar y las leyes de la física van completamente en mi contra.
El aire que cortaba al precipitarme me ensordecía completamente y de haber tenido lagrimales es obvio que se me hubieran saltado las lágrimas por la velocidad. De repente mi cerebro parecía ir tres veces más rápido de lo normal y al mismo tiempo se habérseme quedado atascado.
Intenté lanzar cuerdas de energía que me engancharan a algo, pero iba tan rápido que no daba tiempo a que se pudieran agarrar a nada sólido.
Las posibilidades de que muriera en combate o similares siempre fueron altas teniendo en cuenta mi trabajo, así que no me pillaba tan de improvisto. Además, nunca me gustaron las grandes alturas, precisamente por el miedo a caerme. No era el simple dolor del golpe, el cómo los órganos en tu interior se aplastaban entre ellos y los huesos perdían su función protectora al romperse y a veces hundirse hacia dentro pasando a actuar como verdaderos cuchillos empujados por la presión contra una superficie sólida; es que siempre pensé que una buena altura sería capaz de matarme. Quiero decir que yo puedo curarme, me cuesta, pero soy capaz de sobrevivir a muchas cosas; pero si mi cuerpo queda completamente deformado y diseccionado, si no fuera posible determinar donde esta cada cosa... Lo único que no entiendo es qué coño hago cavilando sobre estas cosas en momentos como este, a punto de morir. ¡Si lo voy a comprobar en seguida!
Solo pude ver una última cosa más: como el héroe clavaba su espada en el ojo sano del dragón con una floritura (me daría pena el pobre dragón si no hubiera intentado matarme) y, como al dar un salto, el dragón se lo tragó de un bocado.
¿Y esto se titula “Cómo acabar con un dragón sin perecer en el intento”? Ya podéis ir preparando vuestras demandas por estafa.

3 comentarios:

  1. Ay, Dios del cielo, jodeer *-* Me encanta, me encanta, me encanta >.<
    Espero que a Alec no le pase nada, que le he cogido mucho cariño D:

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  2. diossssssss!! se lo trago? pero de tragar? uffff y alec que se esta callendo.... voy a por el siguiente ^^

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