martes, 18 de enero de 2011

Encantamiento 11: Esto no es surrealista, ¡es ser gafe!



¿Por qué me pasaban estas cosas? (Porque soy gafe.) ¿Nadie podía avisarme ni medio minuto antes para que no me quede flipando? (No, porque sino no, no sería gafe.) ¿O al menos que no me sucedieran tan seguido? ¡No ha pasado ni medio día desde que me reencontré con Lena y ahora esto, exactamente lo mismo! Esto no es surrealista, ¡es ser gafe! (¿Lo había dicho antes? Es que quiero que quede bien claro)

Agh. Y lo peor es que todo esto es tan odiosamente repetitivo...
No tenéis ni idea de lo que estoy hablando, ¿verdad? Pues acababa de encontrarme con una persona de mi infancia que estaba completamente convencido de que no volvería a ver, MI PADRE. Ha sido exactamente igual: ha aparecido de sopetón y dónde menos esperaba encontrarlo. Y además he puesto la misma cara de pánfilo que antes, ni eso he conseguido corregirlo.
Esto era horrible. Deseaba desaparecer, esfumarme.
Estaba gafado, sin lugar a dudas. Y mis pensamientos se estan volviendo cada vez más pesimistas por momentos.
Y vosotros os preguntaréis ¿por qué tanto dramón por volver a ver a tu padre? Pues porque yo jamás lo aceptaré como tal. No es que me niegue, es que sencillamente me resulta imposible sólo pensarlo. Ese hombre para mí fue siempre un ser repugnante y lo que sentía hacia él no ha cambiando. Sigo viéndolo como el ogro de mi película.
Supongo que ha llegado el momento de contaros las cosas desde el principio. No me hace mucha gracia, pero si no lo hago, es posible que decidáis dejar una historia que no os cuenta nada interesante. Ya recordaríais que mi madre era un demonio de la casta de los Seamair (unos poderosos demonios condenados a no regresar al Infierno por nunca jamás), pelirroja, de ojos verdes como son los míos y inmensamente hermosa (dicen que mi belleza de rasgos delicados y proporcionales la heredé toda de ella e imaginó que será verdad) como todos los Seamair. También me decían que era una mujer algo inestable y muy astuta aunque, por desgracia, lo único que le importaba era divertirse; las consecuencias eran secundarias. Por no hablar del visible gusto por la sangre y la lucha que siempre mostró. Conducida por esta forma de vida acabó teniendo una relación amorosa secreta con un hombre que no le convenía lo más mínimo. Aquel hombre estaba casado, pero a ella le dio igual incluso aunque no fuera de su misma especie. Se enamoró, y ese hombre no tuvo ningún escrúpulo para engañar a su esposa.
El problema llegó cuando mi madre se quedó embarazada de mí. Se lo contó a este hombre; quizá esperaba que la apoyara y dejara a su esposa, sólo ella lo sabría. Pero él no quiso hacerse responsable y la abandonó.
Sí, que triste… y tal y cual. Pero la cosa no acabo aquí. Esto no fue lo más grave que llego a pasarle, ni de lejos. ¡Mi madre iba a dar a luz a un híbrido! La hibridación entre los demonios es tabú, son capaces de matarte por ello. Yo (un brujo, resultado del cruce entre demonios y humanos), incluso después de haber demostrado mis pericias, mi utilidad y todo lo que era capaz de hacer (que no es por echarme flores (bueno, un poquito sí), pero no eran pocas), seguía teniendo muchos problemas para que mis propios familiares, la misma sangre de mi sangre, me trataran mejor que un escarabajo por no ser de pura sangre. El caso es que la familia de mi madre, los Seamair, la repudió también, aunque por suerte le permitió que siguiera con vida con una condición, o más bien una maldición: ella viviría hasta dar a luz a su híbrido, entonces moriría sin remedio. A no ser que  matará al bebe antes de que este naciera. Una decisión tan simple como elegir entre ella o su hijo no nato.
Ella prefirió darme la vida a conservar la suya. Yo nací, y bueno, ya os lo imagináis…
Supongo que ese es el motivo de que la haya acabado idealizando en mi cabeza y por lo que me siento tan extraño cuando pienso en ella. No sé explicarlo bien, así que disculparme si sigo con la historia y dejamos a parte esto.
Mi madre se refugió en el orfanato católico Virgen de la Purificación antes de dar a luz. Creo que eligió este lugar por mi padre, que era muy religioso. A lo mejor pensaba que él me miraría con mejores ojos si llegaba al mundo bajo el techo del Divino. Las monjas que la atendieron estuvieron a punto de negarle la entrada, podían percibir que ella no era humana. Pero necesitaba ayuda urgente y su compromiso con el Salvador las obligaba a asistir a aquella mujer durante el parto y no dejarla desangrarse en la calle. Les costó mucho decidirse pero al final la madre superiora se decidió a acoger a la “amante del diablo” (palabras textuales que les llegué a oír a escondidas cuando se referían a ella).
Las monjas solían contarme, cuando yo les pregunta por mi madre, que ella, nada más nacer yo, pidió verme. Entonces me miró, sonrió y sin más, la vida se esfumó de sus ojos; no sé si será verdad. Tengo una más que arraigada costumbre de escuchar a la gente a escondidas así que sabía por oírlas una de tantas veces, que mi madre les pidió que enviaran una carta en su nombre al hombre que era mi padre para que supiera que yo existía y dónde estaba. Se la mandaron y mi padre fue a verme al poco tiempo. También les escuché que le dejaron a solas conmigo en una habitación para intentar que se ablandara un poco y me llevara con él aunque solo fuera por pena. Pero, que incluso cuando le obligaron a cogerme en brazos, su rostro se mantuvo frío y no tuvo ni un solo reparo, no dudó en ningún momento en dejarme allí. Estaba decidido a que no me cuidaría.
Suena muy mal, pero con los años acabé dándome cuenta de que toda esa historia debía ser verdad.
Me dejó en ese orfanato durante catorce años (hasta el incendio, cuando yo me escapé) en los que apenas si me visitó seis veces (las tengo memorizadas para siempre; para mí era algo muy importante aunque no me gustara). Que él era mi padre biológico no era ningún secreto para nadie, ni siquiera para mí. Y que no me iba a sacar de aquel orfanato, tampoco. Supongo que es comprensible, él ya tenía su vida y no me quería en ella. Yo sólo había sido un fatídico error al que se obligaba a echarle un ojo muy de vez en cuando, para calmar su conciencia un poco. Cuando era pequeño, yo intentaba consolarme respaldándome en la lógica, en que aquello pasaba porque tenía que ser así; pero nunca me funcionó como debería.
Cuando a mi padre se le antojaba y venía al orfanato, las monjas me obligaban a salir con él al jardín y pasar unas horas juntos. No les importaba que yo me negara o hiciera todo lo posible por evitarlo. Cada vez que les intentaba explicar que para mí no era ningún ser querido ni nada, ellas me reprendían diciendo que su compañía me haría bien, que yo tenía suerte de tener un padre. ¿Suerte? Saber que tu propio padre no es que no sepa de ti o no pueda cuidarte, sino que sencillamente no te quiere, que para él eres un estorbo, un inconveniente, ¿eso es suerte? Preferiría no haberlo conocido, así podría haber tenido esperanzas y hacerme ilusiones como los otros niños sin padres del orfanato. Seguramente todas esas expectativas me habrían dolido cuando me diera cuenta de que no eran reales, pero al menos podrían haberme hecho felices unos pocos años.
Como he dicho, a intervalos de varios años, mi padre venía como un recordatorio constante del que nunca conseguía librarme de lo miserable que era mi vida y que no valía lo suficiente como para que alguien me quisiera en su propia casa… Llegué a odiarle con toda mi alma, con cada célula de mi cuerpo; una clase de odio que los años no logran curar sino que lo hace más profundo.
Todas estas cosas jamás se esfumaran de mi memoria. Por muchas sombras, años o sonrisas arrancadas que les intente echar encima, los recuerdos amargos brillan con más intensidad que el sol. Y no importa que intente mirar para otro lado, siempre estarán ahí.
Y supongo que ahora ya sabréis un poco más de mí.
Por favor, no me tengáis lástima. Os lo he contado porque es mejor que lo sepáis, pero no me tengáis lástima. No me sirve de nada, no la quiero.
Me encontré con sus ojos dorados y la mecha de algo dentro de mí se prendió. Fue como si un calor insoportable me invadiera con sus llamas luchando por corroer mi cuerpo para salir al exterior y calcinar a ese hombre. Convertir sus huesos en cenizas, pero antes, sacarle los ojos, destriparlo…
Hice un desganado esfuerzo por reprimir mis deseos. Por un instante estos habían sido tan intensos que había perdido el control sobre los músculos de mi cara, mostrando una expresión de odio y repugnancia sin límites. Yo que me jactaba de mis caras de póker y de ser ilegible, no podía permitirme algo como eso.
Restituí la serenidad a mi postura, pero seguía con los músculos de las piernas en tensión y los nudillos apretados, preparados para responder a cualquier ataque. La tensión en mis colmillos era casi insufrible; quería morder, desgarrar. Esos instintos primarios demoníacos que aún se conservaban incluso después de haber sido apaciguados durante siglos de civilización revivían con mi ira. Un demonio que se preciase no usaría los colmillos salvo en un caso extremo o para atemorizar, ya que se consideraba como una grosería propia de los animales. Mi mente me trajo a la memoria cómo mi odiada prima Kaila se reía de mí, debido a que yo era incapaz de contener la dolorosa presión de mis propios colmillos si no era mordiéndome mis propios labios, llegando a hacerme sangre en la mayoría de las veces. Se había convertido en una de mis peores manías, pero era incapaz de disiparla.
Recordar a Kaila no me ayudó mucho a tranquilizarme.
Sé que me he enrollado bastante contando mi vida y anécdotas y que en resumen me he ido por las ramas más que un gorrión. ¡Pero que conste que desde que empezó la acción en el capitulo anterior no ha pasado ni medio minuto! No soy tan lento como para estas cosas.
Eché un vistacillo rápido para asegurarme de que nadie se hubiera podido percatar de la exposición de mi cólera. Mi “padre” me estaba mirando fijamente desde que entró, así que estaba claro que lo había visto, pero ya ves lo que me importa ése. Colyn, detrás de él, también me miraba fijamente. Mierda. El resto de presentes habían estado mucho más pendientes de la entrada de mi “padre” que de mí. En general podía estar tranquilo, aún podría usar la baza del chico simpático y guapo llegado el momento.
-Alexander… -murmuró en respuesta al momento en el que grité su nombre a los cuatro vientos en el capitulo anterior. Su voz sonó baja, sin ningún indicio de sorpresa o cualquier otro sentimiento.
Mi vista se posó momentáneamente en la daga plateada que llevaba al cinto, una igual a la de Lena…
Aish, creo que toca dar más explicaciones… Albert (mejor usemos el nombre de pila, seguir denominándole como mi “padre” empieza a darme arcadas) no es un humano, sino… un Guardián de la Luz. Como leéis…
Bueno, nunca estuve seguro del todo, no le pregunté (nunca me interesó mucho cualquier cosa que pudiera tener que ver con él, no me hacía gracia saber de él); solo eran pequeñas corazonadas que a mí me daban, tipo “¡¡este tío es peligroso, mata seres mágicos!!”. Siempre lo supe, pero siempre hice como que ni lo sospechaba. Es… complicado; resulta difícil explicar por qué me comportaba así, a veces ni yo mismo lo sé del todo. Bueno, visto lo visto, esta parece la prueba irrefutable. Ojalá fuera mentira, ojalá… pero no…
Aunque sea uno de ellos, ¿qué hacía precisamente en ese Cuartel?
Lo dicho, soy gafe de narices.
-Padre, ¿conoces a esta escoria? –preguntó el-que-se-hace-el-héroe.
¿Padre? ¿Acababa de llamar “padre” a Albert o me lo había parecido a mí de tanto sugestionarme? Los miré de uno a otro. De repente todo encajó. La estatura alta y el cuerpo musculoso de tórax ancho, de ambos. Esos ojos serios del color del oro, los mismos rasgos duros y marcados. El mismo atractivo de machito. El mismo pelo negro azabache y lacio; el mismo que tenía yo.
En ese momento fue como si me despeñara a un pozo, la misma sensación y, sí, me han tirado a un pozo o similares en más de una ocasión.
Sabía que tenía familia, de alguna manera también había supuesto que tendría hijos, pero… Mire más fijamente al-que-se-hace-el-héroe. No sé que pretendía encontrar, ¿algún parecido físico? Sólo veía el pelo, y que tendría mi edad. Puede que uno o dos años más…
De una manera aun más inexplicable, ese pequeño hecho logró hacer que sintiera que presionaban mi corazón. ¿Qué más daba que tuviéramos la misma edad? Él había puesto los cuernos a su mujer mientras estaba embarazada, ya ves tú qué cosa. A mí ni me va ni me viene.
Yo no puedo cambiar nada y tampoco me tiene que interesar. Es de idiotas que me importe tanto…
Me aparté de Lena y con una elegancia y serenidad suma hice una marcada reverencia.
-Mi nombre es Alexander Derek Seamair, brujo a las órdenes de la Casa Mágica de los Seamair, un simple mandado –dediqué una sonrisa suave y tímida que no sentí lo más mínimo a mi público. Si iban a juzgarme es mejor que la primera impresión se mejore un poco-. Y, supongo, usted debe ser el líder de este grupo de Guardianes de la Luz, ¿no es así, señor Albert Kensington?
Albert permaneció un momento en silencio antes de responder escrutando fijamente cada milímetro de mi cara.
-Así es, brujo de los Seamair.
Volví a ponerme erguido de forma elegante.
El-que-se-hace-el-héroe gruñó a mi lado. –Has saludado como si fuera un demonio.
-Oh, ¿en serio? Pues mil perdones, solo mostraba mis respetos; nadie me ha dicho nunca cómo se saluda a un Guardián –le espeté perdiendo parte de mi encanto.

-Bien –la cara de Albert siguió sin mostrar ninguna expresión (a lo mejor había heredado mi habilidad para las caras de póquer de él)-, podemos perdonarle eso, Robert. –Volvió a dirigirse a mí-. Serás juzgado por tu participación en la invocación de un demonio Supremo la pasada noche del 9 de Septiembre, ¿estás de acuerdo? –el que no se acuerde puede volver al “Encantamiento 1”, que yo no me voy a poner a repetir todo eso de nuevo.
Le mandé una mirada fría. ¿Qué si estaba de acuerdo? ¿De verdad me lo preguntaba? Como si tuviera más opción.
-¿Tengo derecho a un abogado?
Nadie respondió.
Ya veo…

2 comentarios:

  1. uo! soy la chica gamba XD que estoy viendo que subes los capítulos al blog que da gusto ajajajaj sigue asi!! yo seguiré leyéndote como el primer día ;D

    ResponderEliminar
  2. Pues gracias a dios que no quería hecharse flores... Toma ya!! medio Demonio medio Guardián!! me voy a por el que sigue!!

    ResponderEliminar