viernes, 2 de septiembre de 2011

Encantamiento 43; 1ª parte: Secretos y mentiras, segunda parte.

Llegamos a las afueras de una ciudad, cerca de la estación de ferrocarriles, donde se asentaba un poblado chabolista. Había carteles de “se busca” en muchas paredes, invisibles a los humanos pues eran criminales del mundo mágico. Mi foto aparecía entre ellos con los anotaciones de “muy peligroso; atrapar con vida” debajo de mi foto. No sabría decir cómo me sentía al verme con semejantes marcos; una mezcla de orgullo al ser reconocido, de tristeza y de odio hacia Kaila.
Conseguí convencer a Nicole de que aceptara unas prendas de ropa robadas, pues recuerdo que hacía un frío que pelaba. A mí me buscaban y Nicole era famosa (salía en el telediario, por si no os acordáis) y estuvieron a punto de reconocerla unos fans del poblado; más motivos para ocultar bien nuestras caras.
Luego quemé la ropa sucia; había que ser muy precavido con estas cosas. Fue un gran alivió confirmar que no teníamos cortes abiertos, no era posible que nos hubiéramos infectado. Sin embargo yo me había roto una costilla, ella cojeaba y estábamos llenos de moratones; dos par de cristos cada uno.
-¿Y ahora que hacemos? –Nicole seguía a la defensiva y hablaba con tono criticón. Me estaba pensando seriamente dejarla allí tirada.
-Mira, ya he hecho bastante hasta ahora –desagradecida- para tener que estar soportándote a ti también –le espeté con mi tono frío. Se comportó como si le dolieran las palabras, aunque intentó hacer ver que no era así.
-Yo fui quién te rescató –se cruzó de brazos.
-Sí, e hiciste que los vampiros me localizaran al llamarme al móvil. Si no hubieras hecho eso, no hubiera precisado de un rescate –le dejé las cosas claras.
-Fue C.Lence quién me dijo que te llamara.
-Siempre consigues que sea otro el culpable –que cacho habilidad, la verdad-. Podrías haberla ignorado –me incliné hacia ella frunciendo el ceño.
-¡Creía que te ibas a morir! –y la idea la había asustado tanto como para correr a telefonearme; me di cuenta. Nos había hecho caer en la trampa de la adivina.
Fui a abrir la boca para replicarle algo, pero un escalofrío me interrumpió.
-¿Desea la parejita que les eché las cartas…? –una gitana acababa de plantarse a nuestro lado. Hablaba al aire a pesar de tenernos delante. Era debido a que mi barrera de protección hacia que se nos viese pero obligaba a ignorarnos; conseguía que ni siquiera se dieran cuenta de la falta de interés que sentían por mirarnos (una maravillosa obra de arte que estoy intentando patentar y que jamás encontraríais en ningún otro lado). La miré fijamente escrutando su aura. Era una demonio, seguramente vendedora de hechizos igual que yo (hacen magia para otros a cambio de dinero).
-No, gracias y no somos parejita… -empezó a despedirla Nicole a pesar de que, aun pudiendo escucharnos, olvidaría las palabras en el acto por no intentar retenerlas.
Había algo raro… Deshice la potente protección.
-Si es gratis… –la corté sin prestarle la más mínima atención, lo que consiguió que la Cucaracha me mirara con aún más rencor.
-Jaja –las arrugas de la cara se le hicieron más profundas; debía ser realmente vieja si tenía arrugas siendo un demonio-, nada es gratis en este mundo; tú deberías saberlo mejor que nadie, hibrido. Aunque tenéis la suerte de que ya hayan pagado el servicio en vuestro nombre.
-¿Y quién se tomó esa molestia?
-Ah, una antigua y poderosa adivina… -C.Lence…- y un diablo pelirrojo.
¿Un diablo? ¿Podía ser…? El instinto me decía que sí.
-Aceptamos.
Tomé la mano de Nicole antes de que fuera a rechistarme y tiré de ella para seguir a la gitana.
-¿Qué haces? ¡Podría ser una trampa…! –me susurró en el oído al tiempo que la gitana nos servía unas bebidas.
-Cierto…
-¡Alec! –me recriminó a la desesperada.
Nos llevó a su caravana. Por dentro no tenía el aspecto que se podría esperar de una casa sobre ruedas, ni mucho menos, sino una sala circular con bóveda, llena de estanterías y objetos extravagantes que yo conocía pero Nicole no. Nicole miraba en todas direcciones entre horrorizada y maravillada con el sitio a donde la había arrastrado.
-¿Aguardiente? –nos puso unos mugrientos vasos delante. Nicole los miró sin poder disimular el asco.
Se sentó al otro lado del escritorio y nos ofreció sentarnos en las silletas de plástico que estaban enfrente con un gesto de la mano antes de apoyar la barbilla sobre ambas manos.
-Gracias. Bien, ¿y por qué servicios han pagado exactamente? –le rasqué un poco la roña y me lo bebí de un trago para no hacerle el feo; la raza de demonios a la que pertenecía la comerciante de hechizos era famosa por ofenderse con la falta de cortesía (aunque es evidente que no por la falta de higiene).
-Una consulta para ella… y una llamada para ti –sacó del cajón del escritorio y me lanzó una pequeña esfera de cristal al pecho que atrapé al vuelo. Era del tamaño de mi puño, con grabados en demoniaco en la parte inferior y, como si fuera nieve, un denso humo negro se agitaba en su interior-. El diablo dejó la llamada preprogramada.
-¿Solo una?
-Así es –asintió a mi pregunta. Pues no es que le hubieran pagado mucho-. Puedes hacer tu llamada en la cocina; es mejor tener intimidad. Esta preciosidad podría hacer su pregunta sobre ti y no estaría nada bien que lo supieras.
Nicole dio un pequeño respingo al ponérsele las mejillas de color rojo.
-¿Cómo? ¡No, no pienso preguntar sobre éste! ¿¡Para qué iba a querer hacer eso!?
Alcé una ceja pero no le dije nada mientras me levantaba, bola de cristal en mano, y salía de la habitación. Me metí en un sitio lleno a rebosar de cacerolas suponiendo que esa debía de ser la cocina a falta de más opciones. Me acerqué la bola y marqué para llamar, ya estaba muy acostumbrado a todos sus usos; las bolas se usaban, más que para ver el futuro (eso solo pueden hacerlo los adivinos y ellos no precisan de estos objetos para conseguirlo), como teléfonos con videollamada que no pueden ser pinchados (línea segura). Empezó a sonar el timbré de llamada, igual que en cualquier otro teléfono. Pero no contestaba y aún podía escucharlas hablar; era demasiada tentación para alguien que no siente remordimientos por espiar.
-Haz tu pregunta. ¿Es sobre ese apuesto hibrido? –preguntó con tono pecaminoso.
-¡No, en absoluto! –se apresuró a negar con demasiado énfasis como para resultar natural.
-¿Sobre otros hombres de tu vida…? –La comerciante de hechizos se quedó callada, seguramente observando el rostro de la Cucaracha-. O tal vez tus dudas no tengan solo que ver con el amor…
-Yo… nosotras –corrigió al incluir también a la Flor de Oro. La voz le temblaba un poco y titubeaba, cosa que jamás le había visto hacer antes-. Necesitamos una manera de separarnos.
Un pequeño silencio.
-¿Deseas que deje de parasitarte? –llegó a la conclusión.
-Exactamente –Nicole debió acompañar su respuesta de un asentimiento de cabeza que hiciera botar sus rizos.
La demonio suspiró con pesar; pude sentir incluso a través de las paredes como ese gesto golpeaba en lo más profundo las fuerzas de la Cucaracha.
-No es posible…
-¿Cómo…? ¡No puede hablar en serio, tiene que haber alguna forma, algo que…!
-Lo siento, muchacha –la cortó sin ningún tacto-. Llegáis demasiado tarde. Ya no sois dos, sino una. El proceso de sincronización está ya muy avanzado; no se puede volver atrás.
-Entonces… esto… ¿esto que nos pasa empeorara?
-Depende de lo que entiendas con empeorar. El demonio se hará más fuerte día a día, como ya lo has visto crecer, y eso te cambiara a ti también. Pero no te angusties, se te hará más fácil; pronto dejaréis de sentiros como entes distintos; seréis un todo –habló como si la felicitara; un “felicidades, va a ser mama” a una patinadora sobre hielo a la que solo le quedan nueve meses para los últimos torneos antes de ser demasiado mayor para competir  y con los que poder alcanzar suficiente fama como para poder jubilarse en paz o quedarse en la ruina (definitivamente, veo demasiado cine típico americano).
-No, no, esto no… -suspiró con fuerza. Su racionalidad la obligaba a aceptarlo, pero no era capaz-. ¿Qué es lo que… me hará a mí? –la derrota y la desesperación se colaron en su voz. Estaba en shock, sin terminar de creérselo.
-¿No te has dado cuenta ya? Te está convirtiendo en un demonio.
En ese momento, la bola de cristal dejó de comunicar: -¡Perdoooooooooón, perdón, cordones desatados! ¡Cristofino Seamair al habla!

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