Prólogos



1-
Al caer la noche las calles se volvían peligrosas, no sólo a causa de atracadores y maleantes, esos eran el peor de los males. Criaturas terribles salían de sus guaridas y campaban a sus anchas entre los humanos para extender su veneno entre estos. Eso era algo que él muy bien sabía, y por ello se aferraba con más fuerza a su espada cada vez que percibía el hedor de alguna de esas bestias pasar demasiado cerca. Bajo la sudadera y los vaqueros escondía la cota de maya y gran parte de su armadura, como los protectores de piernas y brazos. Únicamente el material con que éstos estaban hechos podía liberar aquel… MAL… Sólo así se podía clasificar.
Apretó las mandíbulas provocando que las venas de su ancho cuello se marcaran fieramente. Veía tantos sólo en aquella calle… Pero no podía hacer nada entre la multitud de humanos, no debía revelarles el terrible mundo en el que vivían. Y eso le frustraba.
Se apoyó en la pared del callejón, para así poder controlar a quiénes pasaban cerca al mismo tiempo que a su compañera, quién trataba de calmar a la humana que acababan de salvar. Del cuerpo inerte de la otra muchacha emergían los huevos eclosionados en el estómago de cientos de grandes ciempies rojos. Suerte que él pudo ver los síntomas antes de que colonizaran también a la segunda humana.
-¿Cuánto falta? Quiero continuar con nuestra ronda.
-U-un equipo llegara enseguida para atenderla… y limpiar esto…
-¿Enseguida, y eso cuantos años son? –se burló poniendo los ojos en blanco. Las luces hacían ver sus ojos dorados casi de color naranja. Se apartó el lacio pelo negro de la cara, mostrando su tersa piel morena y rasgos inequívocos de sus orígenes del Sur-Este Europeo. Era muy alto y ancho de espaldas, con un esculpido torso propio de un atleta. Sin duda era agraciado, con marcados pómulos y una socarrona sonrisa torcida que mostraba su perfecta dentadura blanca. Y sin duda lo sabía, sólo así era posible que demostrara tal confianza en sí mismo; su gallardía rozaba incluso lo temerario y la vanidad.
Pero aquel sentimiento de superioridad había sido alimentado durante años con hechos verídicos; él era especial, incluso entre los de su clase.
Él siempre había sabido reconocer el Mal en cualquiera de sus formas, mejor que cualquier otro de sus compañeros y maestros. Sabía que éste no se escondía sólo en las pesadillas, que era arrasador y tan real que podía sesgarte el cuello: aquel Mal tangible eran llamados Demonios. Uno no podía bajar nunca la guardia, ni ser tolerante, ni siquiera tener un momento de duda con ellos, pues sabía que los demonios aprovecharían cualquier descuido para alzarse victorioso, disfrazándose de nuestros miedos e incluso de indefensos objetos o seres. Había que destruirlos o arrasarían con la Tierra misma; matarlos sin contemplaciones porque para el Mal no existía el juego limpio, ni el honor, ni nada que se le pareciese. Todo esto formaba parte del Bien, siempre justo y del que se enorgullecía de pertenecer. Saber todo aquello lo diferenciaba de cualquier humano de a pie.
Y además era el mejor a la hora de combatirlo; esa era la misión de su raza, una misión que debían realizar incansablemente hasta vencer: perseguirlo y acabar con él, proteger a los humanos de su influencia… hasta el fin de sus días. Esta empresa se llevaba realizando durante siglos y él había nacido para acelerar aquella lucha y traer por fin la victoria del Bien, liberar al mundo, él era el Elegido, el único que podía desempeñar aquella misión. Y aunque se sentía capaz, resultaba una responsabilidad demasiado grande.
Ser un Guardián de la Luz: su orgullo y su condena.


2-
Lena no tenía maña en estas cosas, era sabido y sin embargo su compañero había relegado en ella toda la responsabilidad de ayudar y consolar. La chica humana a la que habían salvado del ataque de unos demonios estaba aterrada y ella no sabía qué hacer. Si los refuerzos no acudían pronto ella acabaría más nerviosa que la propia víctima; ésta chillaba entre lágrimas y temblaba, y cada vez que Lena trataba de tocarla para calmarla ella se encogía y gritaba más fuerte.
La joven tuerta se sentía más capaz disparando con su arco desde una azotea a pesar de su vértigo que tratando a otras personas. Volvió a mirar a su compañero.
-Robert… -lo llamó entre titubeos, pero éste estaba como ausente, podía ver la rabia en su mirada. Sabía lo que veía: demonios que trataban de llevarse a humanos a sus fauces mediante sus malas artes y en plena calle, a la vista de todos… Lena sentía puro terror ante la idea de acabar siendo dominada por uno de esos seres. Y sentía admiración por su amigo por nunca mostrar ninguna clase de miedo. Pero Robert era especial, él era un Elegido… Era mejor no estorbar a su amigo con los problemas que le había encargado que atendiera ella, él ya tenía suficiente con su Destino… el destino de todos.
Abrazó el medallón que siempre colgaba de su cuello; no recordaba su origen pero siempre había estado con ella y siempre le había dado fuerzas. Un sentimiento de calor en su cuerpo que le ruborizaba las mejillas y le erizaba el vello como la mejor de las canciones y hacía que sintiera como si su corazón tuviera alas. Lena nunca había experimentado el amor, pero estaba convencida de que debía ser algo como aquello.
Estuvo acariciando el borde áspero de aquel medallón cuyo cierre no abría hasta que los refuerzos se presentaron y ayudaron a la chica humana que seguía viva. Se sentía tan inepta por no haber podido hacer nada…
-¿Por qué no tiras ése cacharro viejo?
-No puedo, sé que simboliza algo bueno que me ocurrió, pero no recuerdo qué.
Rob no volvió a hablarle, estaba molesto con ella, seguro. Porque todas las mujeres le adoraban, pero ella había sido incapaz cuando Rob… Pero lo que intentó que pasara entre ellos había sucedido hacía muchísimos años, ya eran sólo amigos. Y Lena sabía que desperdició su oportunidad en su momento y ya nunca gustaría a ningún hombre, no podía ostentar a tanto pues ella no era guapa, ni valiente, no tenía buena conversación ni era inteligente y encima... estaba esa sensación en su corazón.
Volvió a mirar a su amigo. Robert era magnífico, tan alto y fuerte a la vez que elegante; siempre pensó que parecía un príncipe o un caballero. Con razón todas las mujeres caían a sus pies. Y sin embargo… ¿por qué no conseguía ella sentir nada por éste? A veces notaba algo que se le acercaba, pero era como si su corazón ya estuviera ocupado… pero Lena desconocía quién podía ser aquella persona; ese era su mayor problema.
-No te pongas los cascos –le advirtió Robert. Su mirada brillante seguía a alguien entre el gentío.
Lena obedeció guardándose el reproductor de música.
-¿A dónde…?
-La Iglesia de los Marianicos –levantó una tarjeta de visita entre los dedos-, según cierta adivina algo no va bien allí.
-¿Pe-pero estás s-eguro-o? Rob, no tenemos p-permiso.
-Estoy seguro, es lo que debo hacer.
Lena volvió a presionar el medallón contra su pecho, se sentía caliente, como un corazón que latiese. Y esta vez, la estrella de siete puntas que tenía grabado pareció hacerle cosquillas contra la piel.


3-
-¿No vienes?
Nicole alzó la mirada de su ordenador, y fingió una sonrisa muy profesional como la que usaba ante las cámaras. –No, aún tengo que terminar esta columna.
-Siempre trabajo… -resopló su amiga presionando el botón del ascensor-. No sé ni cómo Kevin te soporta –siguió bromeando, aunque el comentario le sentó un poco mal; ella y Kevin hacía meses que sólo parecían una pareja en presencia de público. Desde que…
Prefirió no pensar en ello y volvió a sus documentos mientras las puertas del ascensor se cerraban.
“¿Zombis en Nueva Guinea?”; miró unos minutos el título de su artículo y automáticamente presionó el botón de suprimir con un suspiro.
-¿Y que terminen de tomarme por loca? –Murmuró en la desierta redacción-. Nicole Levinstom, presentadora del noticiario del canal 7. –Tomó el trabajo pendiente que tenía junto al ordenador-: Nicole Levistom, escritora de columnas sobre cocina cuando lo único que sabe preparar es café y sándwiches… -arrojó las cartas a un lado de la mesa con rabia. Había tardado años en labrarse una carrera, ascender hasta conseguir premios de la academia, siempre en busca de la exclusiva más allá del puro morbo. Sabía que le hubiera sido mucho más fácil aprovecharse de su agraciado físico, pero ella siempre quiso demostrar que podía conseguirlo sólo con su talento. Todo por la verdad; siempre se había dicho. Hasta que dio con una verdad que no esperaba, tan grande, tan peligrosa… y tan real… Y entonces todo lo que había tardado años en conseguir se derrumbó como un castillo de naipes ante sus ojos. Siempre que se acercaba a verdaderos bombazos había habido gente que intentaba pararle los pies; esta no era una nueva situación. O tal vez sí. –Lo está consiguiendo mejor que muchos antes –admitió recostando la cabeza en el escritorio. Quería al mismo tiempo llorar y no hacerlo, sus sentimientos estaban confusos y ella angustiada. Desde que aquella persona había aparecido para evitar que descubriera el gran secreto…
Suspiró. No sabía nada de él, salvo que alguien lo había contratado para hacerle la vida imposible; un sicario… Y que no era humano. ¿Pero qué edad tendría? ¿Dónde nació? ¿Tendría familia? ¿Volvería pronto…? Resultaba un misterio tan grande como el propio secreto que intentaba desvelar.
¡Bip! Dio un respingo con el pulso acelerado y miró la pantalla donde un mensaje había aparecido: ¿Te rindes ya? Sí/No. Y al lado una caricatura algo pixelada de una persona con colmillos, un revuelto pelo negro y ojos verdes que casi le saca una sonrisa. Pero enseguida entendió que aquello era una amenaza y el impulsó por poco no le hizo cliclear en “No” de pura rabia. Pero se detuvo; ya se lo había hecho antes, seguramente abriría un virus que destruiría sus archivos. Pero si le daba a “Sí” él le contestaría “entonces ya no necesitas tus archivos, así que con este virus te los borro, jaja”.
-Maldito cabrón… te odio –ya no había dudas.


4-

La medianoche se hacía dueña de la ciudad, brillante gracias a los comercios y coches cuyas luces se colaban en el apartamento en penumbra, distorsionando la silueta de los muebles con cada coche que pasaba de largo.
El reloj había quedado marcando las doce y media, el fino cristal de este estaba rajado.
Había alguien allí dentro, en aquel inquietante silencio.
Se quitó uno de los guantes con los dientes, sus pequeños colmillos relucieron blancos con el siguiente par de faros. Se pasó los dedos por el pelo de la nuca, oscuro y más bien corto y a trasquilones, apretando para destensar los músculos; hacía 59 horas que no dormía y no era su record.
Comprobó la puerta principal de nuevo. Pasó la mano sobre la cerradura de la puerta sin llegar a tocarla, provocando que los pistones chasquearon como si hubiera usado llave, dos veces: una para abrirla, otra para asegurarse de que estuviera cerrada.
Resopló y con pasos firmes se dirigió hacia la ventana, con cuidado de que sus botas militares no tocaran el viscoso charco rojo, y, antes de que fuera visible desde fuera, se desplomó en el sillón, repantigándose con las piernas sobre el reposabrazos.
Sacó el móvil de la bota y marcó sin mirar. Mientras esperaba se limpio las salpicaduras de la cara con el dorso de la mano.
Tenía la mirada perdida, unos ojos verdes oscuros y distantes, pero con salpicaduras de luz verde que parecían auténticas runas. Aunque era joven y bastante apuesto, siempre pasaba desapercibido; puede que por su comportamiento, por ejemplo cuando saliera a la calle ni siquiera iba a intentar disimular las rojizas manchas que no habían saltado de su camiseta amarilla eléctrico, sencillamente las luciría como si fueran el estampado. Empezó a mordisquearse inconscientemente el labio, clavándose los colmillos; costumbre que le había dejado los labios pálidos y llenos de pequeñas cicatrices.
Al final se oyó una voz humana, sólo en apariencia, al otro lado del teléfono: -¿Ya?
-Ya.
-¿Cuánto?
-20. Y también “el lápiz de tu graduación” –hizo girar el pendrive entre sus dedos. Veinte mil euros en billetes descansaban sobre su estómago.
-¿Estuvo dispuesto a devolvértelo fácilmente?
-No, pero ya no es un problema; tendremos un buen tiempo sin recibir noticias de él –desvió la mirada hacia los bultos sucios que descansaban en el suelo.
-Bien. ¿Había alguien más?
-La Arpía de su esposa y el hijo llegaron a la mitad. Pero el hermano de él no estaba, tendrás que buscarlo para “comunicarle las novedades”.
-Cuento contigo; tendrás un plus. Pero te advierto de que ese tipo es difícil, muerde…
-Podré “convencerle”.
-De acuerdo, te espero en la taberna en media hora.
-No, tengo que recoger la “fiesta”. Y más tarde me espera un “trabajito” más.
La voz suspiró con rabia. -De acuerdo. Que la suerte te acompañe.
Colgó con una escueta despedida, volviendo a meter el teléfono en su lugar. Resopló y acto seguido se levantó. Al llegar hasta los tres bultos tomó uno de los brazos y lo alzó hasta la altura de sus ojos.
-Tendría que haber cortado más limpiamente –se dijo a sí mismo tras analizar el segmento y arrojó el brazo a la altura de las piernas de la mujer. Simples cadáveres.
Sus manos no temblaban ya, no como al principio, hacía ya tantos años. Aunque costaba imaginarlo, en aquellas facciones indiferentes un día llegó a haber miedo y culpabilidad… pero cada día, cada herida y quemadura de pólvora, cada vida que había tomado para mantener la suya, se había encargado de destruir cualquier atisbo de aquellas débiles emociones en su interior. De igual modo pasó con la moralidad, si es que alguna vez la hubo…
-Bueno –se encogió de hombros un poco para destensar sus omoplatos-, el contrato especificaba “dolor extremo”; conseguido. -Miró fijamente a los ojos muertos de aquel hombre y le habló sin titubeo alguno en la voz, debido al cansancio aunque sabía perfectamente que ya no podría escucharlo:- Si vas a romper un trato, deberías asegurarte de que puedes guardarte de las consecuencias… –frotó los dedos de su mano izquierda entre sí, una leve luminiscencia verduzca apareció y fue incrementándose hasta que translucidas lenguas emergían de su piel y reptaban sobre ésta; aquel pedacito de magia bastaría para desintegrar la carne- o pagaran a alguien como yo para ajustar las cuentas y “limpiarte” de esta dimensión. Más si tratas con mafias demoniacas.


5-
El grito se apagó de golpe, los ojos en blanco, la mandíbula desencajada e hilos de sangre que brotaban de todos los orificios de su cuerpo. Ella contempló un momento a aquel débil ser cuya mente había llenado de pesadillas hasta matarlo. Lo arrojó al cubo de basura y devolvió a sus garras la forma de delgadas manos humanas.
-¿Qué hizo para que lo mataras? –se giró hacia la voz. En lo alto del tendido eléctrico una figura oscura le hablaba, sus ojos verdes cenicientos la observaban.
-Mirarme.
La figura soltó una carcajada y se dejó caer, apoyando los pies sobre el todoterreno que había debajo con un simple roce, como si se hubiera deslizado sobre el viento sin llegar tocarlo. Una gran pala de aspecto afilado y dorado colgaba de su espalda. Estaba sucio de hierba y barro seco desde la punta de sus relucientes botas amarillas de cowboy, pasando por sus gafas en forma de estrella y cristal amarillo hasta las ondas de su pelo rubio.
-¿Cuánto llevas espiándome, Yell Güeen Seamair? – su voz fue fiera, pocas veces se las cruzaba con adversarios tan despiadados como aquel.
Él captó su inquietud en el acto. Inclinó la cabeza hacia un lado con esa sonrisa lánguida que tan bien lo caracterizaba para a continuación responder con tono suave: -Un buen rato, Kaila Lute Seamair. Admirar unas caderas como las tuyas en movimiento siempre es un placer –sintió que la analizaba con la mirada a través de las gafas. De repente estaba a su lado, inclinándose muy cerca de su rizada melena rojo fuego- Lástima que no sea “tu tipo”, ¿estás segura que no puedo hacerte cambiar de idea?
Los ojos verdes como el césped artificial de ella destellearon como una amenaza.
-Seguro -se fijó que tras él había una muchachita de rojizo pelo y vestido virginal lleno de runas-. ¿Traes contigo a tu hermana? ¿No estaba tu amiguito el bastardo para acompañarte de fiesta que has tenido que escoger la compañía de una niña de 13 años?
-Oh, Alexander esta noche tenía mucho trabajo… -se encogió de hombros ensanchando su sonrisa.
-No creo que los antros de opio y prostitutas que frecuentas sean muy seguros para ella.
-Pero son más divertidos, deja que le muestre a mi hermana un poco de mundo real.
-¿Sabe Kristof que está aquí?
Yell sonrió de nuevo con alegría, pero esta vez se distinguió cierto tono de crueldad en las comisuras de su boca. –Entonces no sería tan divertido.
-Claro que lo sería, en la familia nos divertiríamos mucho jugando con tu sangre.
Él rió. -¡Ahí tienes razón! Te dejo que sigas torturando pobres criaturillas, Kaila, la noche no es eterna… Y no creo que debieras meterte con Alexander puesto que es tu primo directo… No como tú y yo –le guiñó un ojo- recuérdalo por si un día cambias de idea sobre lo de antes, curvas sexys.
-Algún día lideraré la Mafia y seré tu jefe como hoy día lo es Kristoffino, así que ándate con cuidado, Yelloween.
-¿Más amenazas? Ambos perdimos a las mujeres que amábamos debido a absurdas y anticuadas leyes, deberíamos llevarnos mejor… -Kaila se recogió el brillante pelo en una coleta, mostrando sus puntiagudas orejas, ignorándolo. Yell suspiró sin que por eso pareciera en absoluto entristecido- Y por lo que he oído siendo como soy el “secretario” de Kristtoffinno, mi amiguito el bastardo al parecer tiene tantas posibilidades de ostentar ese cargo como tú. Pero a diferencia de ti, él tiene amigos en la escala más alta de nuestra amada mafia: yo.
Con una última sonrisa tomó a su hermana y desapareció de un salto entre las sombras de la ciudad.
Kaila lo observó en silencio con la sensación de que aquellas palabras no habían sido ninguna broma o desvarío de aquel adicto, y con una sola cosa clara: tenía que quitar de en medio aquella amenaza si quería alcanzar el poder; debía acabar con la vida de su primo Alexander, fuera o no ciertas las palabras del poderoso demonio que acababa de marchar.



6-
-Y bueno… ¿cómo va el tema de las mujeres, Colyn?
Colyn se vio sorprendido por la pregunta, que su padre hablara de algo que no estuviera relacionado con la lucha era siempre impactante, pero no por ello menos incómodo.
-Ahí va… -desvió la mirada.
-¿Pero no hay ninguna por ahí? ¿Ninguna que te llame la atención o a la que se la llames? Ya sabes que no tiene por qué ser de nuestra raza, tu madre es humana…
-Afff, la hubiera o no, no tiene mucha importancia. Con Rob cerca nadie se da cuenta de mi presencia, las mujeres siempre le rondan y pasan de mí de largo.
-¡¿Pero qué cosas dices, hijo, con la buena planta que tú tienes?! –exclamó con una gran sonrisa y aporreando la espalda de su hijo, como si no pudiera darse cuenta de que su hijo había heredado las mismas facciones toscas y poco agraciadas de éste al igual que ese feo pelo fino y naranjizo y una profesión que dejaba el cuerpo lleno de cicatrices. –Atención, Colyn –Anthony Dooflan se puso serio, su mirada de halcón en busca de presas conflictivas con las que poder enfrentarse-. Llegamos al Mercado de Magia.
Fue evidente que se encontraban en un mal barrio en cuanto pusieron un pie dentro de la barrera que camuflaba la calle a los ojos humanos. El aire olía a alcohol y el dulce aroma de la descomposición, de casi todas las ventanas emergían gritos de placer o dolor entremezclado con humo de colores. A Colyn le recordaba un poco a chinatown con sus letras y símbolos extraños gravados en vivos colores por doquier, pero mezclado con discotecas modernas y como si todas las noches fueran Halloween. Lo mismo se cruzaba con unas chicas con minifaldas de flores que caballeros de estilo medieval sobre monturas literalmente esqueléticas. Era un lugar de contrastes en el que sin embargo nada parecía desencajar.
Colyn odiaba patrullar por aquellas zonas, estaban en minoría contra aquellas criaturas de inmenso poder, acorralados en sus callejones atestados.
Su padre viró de rumbo en cuanto percibió los característicos sonidos de pelea. Unos hombres habían acorralado a una pequeña chica de piel verde y la zarandeaban y arrojaban al suelo a la entrada de un bar. Con los gritos de estos pronto entendieron el problema: la chica había venido con prisas y por accidente había arrojado las motocicletas de estos al suelo, dañando una de ellas, por lo que ahora exigían el pago. La chiquilla parecía sólo una niña a pesar de la abultada minifalda de tablas, los tacones de plataforma y el corsé que vestía, a pesar de su piel verduzca y las branquias de su cuello.
Lloraba, sin fuerza para defenderse de los tirones y golpes de aquellos borrachos, intercalando varios idiomas: -¡¡Por favor, os lo suplico, dejadme marchar, pagaré la deuda, pero necesito buscar a mis amor, por favorrr!!
-Ya creo que pagaras, pequeña –uno de ellos le rasgó con sus garras la minifalda y las medias de rejilla que llevaba debajo, dejándola en ropa interior. Algunos miraban la escena, otros sencillamente la ignoraban.
-¡Noo, por favor, yo no me vendo por favor, así no, os conseguiré el dinero, solo dejadme encontrar a mis amos! ¡Aún soy virgen, por favor! –lloriqueó.
-¡Oh, virgen, eso siempre está delicioso en un asado! –bromeó uno de ellos.
Colyn apartó la mirada con una mueca de asco en la cara.
-Vamos, hijo.
-¿¡Quieres intervenir!? Padre, no es nuestro asunto salvarla a… a ella. Que los demonios solucionen sus problemas de demonios entre ellos…
-Pero esos parecen buenos adversarios –sonrió.
Pero antes de que llegaran, unos soldados se plantaron en medio de aquellos monstruos, parecían militares debido a su uniforme pero en sus emblemas lo único que ponía era “VAMP”.
La mujer que los encabezaba habló, llamando la atención de todos. Sus colmillos relucían y sus ojos cargados de maquillaje eran de color rojo intenso, dos marcas de una antigua mordida eran visibles en su cuello: una vampira Convertida.
-¿Podríamos tener el conocimiento de lo que aquí sucede, señores?
-La chica tiene que pagar su deuda.
-La moza afirma tener amo, ¿no os sería de mayor provecho si parláis directamente con él? –a Colyn le ponía enfermo la forma que tenían los demonios de hablar sobre la esclavitud. Para ellos era algo tan normal, pertenecer y obedecer, poseer y ordenar… No había más libertad que esa entre ellos. La vampira alzó sus saltones ojos rojos hacia Colyn y Anthony. –Pardiez, Guardianes… -exclamó un vivaracho tono que los sorprendió a ambos- Si teníais intención de intervenir, podéis quedar calmados, esta zona pertenece a los aliados del ejercito de vampiros de Laraiis y los vampiros del ejercito de Laraiis nos encargaremos de él.
-¡Amanda! –la chiquilla verde se arrastró de repente hacia la vampira tras haberla reconocido- ¡Amy, soy Campbell, la amiga de Alexander! ¡Alexander, tu antiguo novio, ¿lo recuerdas?!
La vampira torció la expresión y de repente la relajó. –¿Alec? Pardiez, cuan cierto es, ya os recuerdo a ti y a él.
-Por favor, Amy, es cierto que por error derribé sus motos, ¡pero no puedo entregármeles en pago como ellos quieren! Mi amo me quiere virgen, por favor, necesito encontrar a alguno de mis amos.
-¡Exigimos nuestro pago de inmediato! –uno de ellos enganchó a la chica por el cuello, abriéndole las branquias.
-¡Diles que yo no me vendo así!
La cabeza del demonio que enganchaba a la niña verde de repente salió volando, sus piernas temblaron y el cuerpo cayó a plomo sobre el asfalto soltando a la chica.
-La señorita ha dejado claro que no vende su virginidad para pagar ninguna deuda.
Anthony se quedó maravillado con la actuación, Colyn boquiabierto, la vampira se cruzó de brazos y la chica verde corrió a abrazar las caderas del joven que acababa de entrar en escena.
-¡¡Amo Yelloween!!
-Muy buenas noches, mi pequeña ranita –murmuró con aspecto dulce mientras le secaba las lagrimas a la chica. En su mano la alargada arma que había empleado para la decapitación empequeñecía por sí sola.
-¿He de asumir que sois vos su amo?
-Algo así… trabajo para su amo: Kristtoffinno Seamair –el resto de hombres quedaron pálidos ante la mención de aquel hombre, no necesitaron ni mirarse para escabullirse rápidamente entre la multitud.
-Vaya, así que sois vos Yelloween “el despistado” Seamair –afirmó la vampira-. Nuestros amos son aliados, por tanto nosotros también. Si necesitáis de ayuda para dar caza a esos hombres…
-No será necesario, me gusta cazar solo. Pero os agradecería que acompañaseis a esta jovencita hasta un lugar más resguardado. ¿Qué pura sangre es vuestro dueño?
-Straiss Muggen.
-Le agradeceré directamente a él vuestra ayuda, señorita Amanda –y de repente, ya no estaba.
La chica verde fue hasta la mano de la vampira aún con lágrimas corriendo por sus mejillas. Al girarse, ésta los miró, allí, aún plantados y mirándolas.
-Seguís aquí, Guardianes… Ser cuidados, no precisamos de vuestra ayuda para impartir orden y sin embargo vosotros podéis salir muy mal parados en el intento.
De repente ella captó los ojos azules de Colyn, y lo repaso un par de veces, de la cabeza a los pies, cohibiéndolo, para finalmente dedicarle una lasciva sonrisa y, guiñándole un ojo, desaparecer.
Colyn respiró lentamente. Aunque sabía que su padre había dicho que no importaba la raza, existía una gran diferencia entre una humana y una demonio; incluso aunque ésta hubiera sido primero humana como en el caso de la vampira que acababan de ver.
-¿Deseas la Luna? –Colyn se giró. Un hombre de ojos y pelo blanco sin pupilas lo miraba, un adivino- ¿Sueñas con la Luna? –volvió a repetir. Colyn frunció el ceño, ¿se refería a que deseaba cosas imposibles?- Deseas la Luna, ser poderoso, más que tus amigos, más que cierta persona… Deseas ser especial y que tu vida cambie, gustarle a esa mujer y tener lo necesario para conquistarla… Lo tendrás, pero puede que no tome la forma que esperes y el sueño se vuelva pesadilla. Tenlo presente cuando consigas todo lo que ahora mismo quieres y aprécialo cuando te llegue. Las cosas ya están empezando a cambiar.


7-
Encendió un nuevo cigarrillo y espiró lentamente el humo. En la habitación el menor de sus hijos, apenas un chiquillo de doce años, conversaba con una poderosa adivina… su futura maestra. El Destino había reclamado a éste para engrosar sus filas de propagandistas.
Odiaba al Destino, a aquel ser, fuerza o lo que fuera que siempre jugaba con sus vidas.
Su destino había sido renunciar a los placeres y hacer cuanto se esperaba de él. Había conseguido una vida perfecta, un trabajo perfecto, con una esposa ejemplar. Pero sin embargo su destino nunca fue ser feliz, así que cuando se enamoró de quién menos debía, el Destino se aseguró de que todo entre ellos saliera mal para separarlos y que ella y el hijo que tuvieron en común… Ellos dos ya no estaban. Y no contento con ello ahora parecía empeñado en llevarse lejos a todos los hijos que tuvo con su esposa; las pocas alegrías que con ésta había logrado.
-No desahogues tu frustración contra mi señor Destino –la adivina cerró la puerta tras de sí.
-¿También lees la mente?
-No, en absoluto. Pero llevo años contemplando tu historia y puedo saber lo que tus pensamientos actuales podrían llegar a provocar.
-Prefiero no saberlo. Lo lamento, pero aún tengo la esperanza de que exista el libre albedrío.
-Y existe, es el libre albedrío el que crea el destino de todos con los actos de cada uno, la vida es una red de sucesos, cuando decides tomar uno, creas otros. Y mi misión es entrever esos nuevos senderos.
-¿Cómo está el chico? –cambió de conversación bruscamente, sin ánimo para aquellos temas tan exotéricos.
-Bien, asimilando las sensaciones de su primera “visión”. Es sólo un iniciado y aún se siente desbordado ante tal honor; además, guardaba la esperanza de poder servir a la Orden de la Luz como su padre y sus hermanos… Pero los adivinos debemos ser imparciales entre el Bien y el Mal.
-Creo que es hora de que se marche, señorita C.Lence.
-De acuerdo. Pero sepa una cosa, señor Albert Alexander: yo veo sólo el futuro, pero sé por experiencia que el pasado nunca muere y puede volver a nosotros.
-¿Es una amenaza?
-En absoluto, para usted debería ser motivo de esperanza.


8-
El chico se despertó sudoroso y jadeante. El desconcierto aumentó al descubrir personas en su habitación.
Una mujer de indeterminada edad vestida con una gabardina color pastel se sentaba en su cama. Se inclinó hacia él haciendo que la tupida cortina blanca que era su pelo se deslizara hasta casi rozar sus sábanas.
-Bienvenido de vuelta a lo que llaman “Presente” –susurró la mujer apretando los labios en una finísima línea que asemejaba una sonrisa-. No temas joven, pronto lo controlaras –acarició el pelo del chico, quién cada vez estaba más perdido.
Vio a su padre que los observaba apoyado en la puerta.
-¡Padre…! ¿Qué…?
-No temas, yo te explicaré –siguió hablándole la mujer-. Siéntete orgulloso: el Destino te ha elegido para que seas uno de sus portavoces justo cuando un capítulo de la historia se cierra y otro nuevo comienza. Te convertirás en un adivino… y serás mi discípulo, así lo quiere el destino.
-Yo… un adivino… -buscó de nuevo la mirada de su padre, pero a contra luz ni siquiera era capaz de distinguir sus rasgos debido a que la única fuente procedía del pasillo.
-Y ahora dinos, ¿qué has visto en tu viaje a las tierras del futuro?
La miró a los ojos, eran afilado como los de un reptil, plateados y carentes de pupila. El chico sintió miedo, casi parecía un demonio.
-Muerte… he visto el fin de todos.


1 comentario:

  1. Tienes un blog muy interesante, me encanta cómo escribes. Sigues así y no lo dejes nunca ^^

    ¿Te apetecería tomar una tacita de té conmigo?:
    http://losdeliriosdepandora.blogspot.com


    Un beso muy grande y nos leemos pronto.

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